CAPITULO 43:

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* Pura berrionda: Acelerado - muy rápido

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Ya lo había entendido.

Él no la quería. Como los demás.

Pero le habría gustado tanto que no fuese tan tosco para demostrárselo.

¿Por qué? ¿Por qué la trataba primero con dulzura y luego le hablaba de esa forma? ¿Qué era lo tan malo que ella había hecho toda su vida para que todas las personas que la rodeaban le hicieran daño y nunca la quisieran?

Sorbió por la nariz, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Le dolía el corazón como no le pasaba desde la vez que su madre le había dicho que ella era solo un estorbo. Le dolía todo. Porque solo la habían despreciado y jugado con su corazón. Su madre había deseado no tenerla, Jesús solo la usaba para sus cochinadas, Sor Auxilio la golpeaba por gusto. Y ahora el padre... Pao lloró más. Él había sentido desprecio de que ella lo tocara, de tenerla cerca. Quería ayudarlo y él la había hecho a un lado con tanta rabia. ¿Por qué?

—Tonta, Paulina—se dijo en voz alta—deberías haber entendido antes. Deberías haberle hecho caso a la razón y no enamorarte de él, pero siempre tienes que meter las patas—dejó una mano en su frente—soy tan tonta.

Un paso a su espalda la hizo saber que no estaba sola.

—¿Pao?

De un salto se puso en pie, secándose la cara.

¿La habría escuchado?

—Padre... ¿Qué quiere? Ya le voy a preparar el almuerzo.

Él se acercó, confundido.

—¿Por qué estabas llorando?

Prefirió darle la espalda yendo a tomar una olla para montar unas costillas a calentar, y fingiendo que no pasaba nada. Que él se había equivocado. Pero tenía las manos tan débiles que al sacar la olla ya llena de agua del fregadero, se le resbaló al suelo armando un despelote.

¡Maldita sea, que todo le salía mal!

—Deja eso, ya lo recojo yo.

En dos segundos estuvo a su lado levantando la olla dejándola en el mesón y yendo al rincón por una trapera para secar el suelo.

Por primera vez en varios meses se sintió sola otra vez. Inútil y desamparada.

—¿Qué sucede?—negó sin mirarlo—¿Qué te puso triste?

Se limpió la cara mientras él dejaba la trapera en el patio.

—No estaba triste ni llorando. Y si lo hiciera, eso no es asunto suyo.

Se volteó para ver la pared y no a él. 

—Estabas llorando. ¿Qué pasa?

Presintió su toque antes de que él lo hiciera en el hombro.

—Dígamelo usted—masculló molesta.

—¿El qué?

Lo miró con mucha dificultad.

—¿Qué le he hecho yo?—se reprendió mentalmente cuando el labio le volvió a temblar—Tan... ¿tan difícil soy de querer?

—Que... ¿Qué es lo que estás diciendo? ¿Por qué piensas que eres difícil de querer?—dudó—¿es por lo de hace un momento?

Las lágrimas acudieron de nuevo a sus ojos y no pudo responder.

—Paulina no lo eres, de verdad.

Se miró los pies, sintiendo que el dolor crecía en su pecho.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora