CAPITULO 44:

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—¿Y qué pasó luego? ¿Sor Auxilio protestó por tu orden?

El miró el cuaderno con los apuntes del mes. Todas las cuentas a pagar para cada trabajador de la iglesia y otras más como los servicios de agua y luz. Eso y la voz de su amigo se le mezclaron en la cabeza como un nudo, porque no podía simplemente concentrarse. Solo tenía mente para lo que había pasado horas atrás con Paulina. Como se había dejado llevar el mismo con ella, y ese glorioso orgasmo que la hizo gritar mientras casi se desvanecía en sus brazos. El que él estaba convencido que era su primero; y que él se había sentido a gusto de provocar, si se ponía de macho alfa. Recordó entonces con la cabeza apoyada en la mano, como la había llevado hasta la máxima plenitud, y lo hermosa que se veía con su rostro en una mueca de dicha y placer al ser consumida por la pasión. Sus uñas clavándosele en la camisa. ¡Qué satisfacción verla así! Y que ese grito que saliera de sus labios llevara su nombre. Un «Abel» casi suplicante, como si pidiera que se detuviera, aunque él sabía que quería era lo contrario.

Saltó en la silla cuando alguien lo golpeó en la cabeza.

—¡Luis!—su amigo rió, acomodándose los lentes—¿Qué te pasa?

—No, ¿Qué te pasa a ti? Parecías sumido en un viaje astral, querido amigo. Mirabas a la nada completamente ido.

—Solo hacía las cuentas y sumas en la cabeza—mintió, mientras llamaba a su cabeza al orden.

Tenía que dejar de pensar en lo que había hecho y lo que le había donado a Paulina. Porque por más que a los dos les hubiese gustado, no se podía repetir. Había abierto su corazón para ella pero no la podía dejar entrar. Ya había sido suficiente.

—¿Entonces?—miró al vicario que le pasaba otra factura.

—¿Entonces qué?

Luis alzó las manos al cielo.

—¡Que si la hermana protestó por la decisión que tomaron la madre superiora y tú, para ella.

Y seguía con eso.

—¿Qué importa eso? Aunque lo haya hecho tiene que obedecer. La madre Gertrude y yo no íbamos a permitir que ella siguiera impartiendo clases a los niños y a Paulina con esos métodos. Es muy grave lo que hizo, Luis.

Su amigo se giró en la silla para verlo mientras él apuntaba el resultado del pago de los empleados, para descontarlo de la plata que recibían por mes.

—¿Y si es tan grave la cosa se quedará así?

Miró a la nada y después sonrió.

Ya no.

—Hace un rato fui a hacer una diligencia—lo miró—se escapó de que Paulina tomara retaliaciones. Pero no se escapó de las mías. A ver cómo enfrenta la denuncia que le puse.

Así tuviesen que testificar después y el traslado se le demorara.

—¡¿La denunciaste con la policía?!—asintió.

—No lo habría hecho si las cosas se hubieran quedado solo en los rasguños de Paulina en las manos. Pero después de verle los golpes de la espalda...

Luis negó.

—¿Cómo ninguno de nosotros se dio cuenta antes, de lo que ella hacía?

—No lo sé, Luis. No lo sé—tomó un fajo de billetes para distribuirla en cada sueldo—pero ahora tendrá que ver cómo se defiende. Dios la habrá perdonado—lo miró—pero yo no.

No hablaron por un momento mientras él contaba los billetes en montoncitos para no desconcentrarse, pero no fue necesario. Luis también quería a Paulina. En poco tiempo ella y los niños se habían ganado sus corazones; y lo que Sor Auxilio le había hecho era un completo descaro, del que haría falta mucho tiempo para que se perdonara.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora