Pura vida

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- ¡Sonríe, oh, mi bella Minerva! que, si algún día he de morir por alguien, no me importaría fueses tu.

- ¡Vuélvete, Ulises! ¡Y no digas tonterías! siempre has sabido que esto que haces no es correcto. - suplicó Minerva entre sollozos y lágrimas en su rostro

- ¡Ay mi Mine! Relájate. Todo va a estar bien, ten fe. No lo hago por ser lo correcto y lo sabes, necesitamos comer. Y más si otra boca viene en camino- Eso era lo que continuaba repitiéndose Ulises desde hacía unos meses atrás, y hoy, había arribado el fatídico día en que como bolsa de basura vendrían a recogerlo a la esquina de la calle donde habitaba con su mujer.


Minerva observó todo el momento desde el techo de su pequeña vecindad, a un lado de donde solían colgar la ropa, mientras trataba de contener el llanto y calmarse a sí misma.


Un auto blanco se ha estacionado y dos hombres han descendido del mismo. Uno por cada lado. Toman a Ulises uno de cada brazo y sin esfuerzo alguno lo suben con ellos en la parte trasera del vehículo. Se marchan.


Ulises había partido y Minerva estaba enardecida. ¿Cómo había sido que Ulises la dejara sola, con este bulto en el vientre? ¿Lo volvería a ver?

Mientras Ulises se alejaba en aquel auto, con aquellos hombres; Minerva analizaba con meticulo todos los posibles escenarios. Si todo salía como Ulises lo había dicho, en menos de una semana el estaría de vuelta en casa con el dinero necesario para poder costear el parto, e incluso el primer año de vida de la criatura en camino. Esa pequeña posibilidad la hacía tranquilizarse y que toda esa angustia y los ríos enteros que habían desbordado de sus pupilas valieran la pena. Pasaron cinco días, y luego seis.
Al séptimo, Minerva estaba a punto de escupir las entrañas por la boca de la preocupación. Cuando escuchó un crujido en la puerta principal.

Salió corriendo de la cocina donde se encontraba para encontrarse con Ulises; pálido, sucio, con la ropa destrozada y cubierta en sangre. Con una bolsa de basura cubriendo su mano derecha. Pero era el, estaba ahí.


Ulises la miró y sonrió. Metió su mano izquierda a su bolsillo tratando de sacar algo y en su intento apresurado por acercarse, cayó desvanecido en el piso.

Junto con él, también cayó un fajo de billetes y la bolsa de basura que llevaba en su brazo, dejando a relucir la ausencia de su mano y una herida enorme que claramente no había sido tratada.

Minerva se apresuró y corrió al lado de su amado, intentando mantenerlo despierto para ir a pedir ayuda. Pero era demasiado tarde.
Ulises ya no presentaba signos vitales. Sus labios parecían no tener rastro de color. Y su piel era fría, como las noches que vinieron después de aquel día.
Había perdido demasiada sangre a causa de la herida y había sido muy tarde para ayudarlo.

- ¡Prometiste todo estaría bien! ¡Prometiste todo estaría bien! - repetía descontroladamente Minerva, pero no había voz alguna que le respondiera.

Y así, se quedó toda la noche acostada junto al cuerpo de Ulises. Sabía que no podía llamar a un hospital, y mucho menos a la policía así que esa era su última noche juntos. Durmió por última vez en los brazos de su amado y a la mañana siguiente empezó su viaje hacia Costa Rica, donde dicen ahí si hay "pura vida"

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