El tiempo pasó, y Abel no se enteró de la conversación que ella había tenido con el padre Luis esa noche en que pensó escapar. Simplemente le informó de la nota que trajeran de monseñor, y tomó toda la distancia que le permitía su corazón. Aunque conviviendo a diario era un poco difícil para los dos. Lo único que quería era estar a todas horas junto a él, oyéndolo hablar y que la volviese a abrazar. Solo eso. Pero vigilada por el vicario, se resignó a solo dirigirle la palabra en momentos muy puntuales.
Abel también lo había hecho.
Pasaba tan hermético en sus cosas, que ni le volvió a poner conversa en la cocina. Todo lo bello de las charlas nocturnas, chanzas y miradas se había terminado.
Salvo que ese día, lunes... era diferente.
Miró el sol asomar entre las montañas y entrar por los cortinajes de la habitación. Esperaba sentirse diferente. Más madura y no tan nostálgica, pero dado el día... las cosas no pintarían bien. Era treinta de octubre. Paulina cumplía veintisiete ese día. Una fecha que no sentía deseos de recordar, pues saber que su madre nunca se había sentido contenta de tenerla, no era muy halagador. Y más si cada año le restregaba en la cara lo mucho que le fastidiaba recordar la fecha del parto. Por no mencionar a algunas personas en el pueblo que no la trataban muy bien al nacer en esa fecha.
Volteó la cabeza para ver a sus pequeños. Tenía que levantarlos para el colegio, y luego... Dos golpecitos en la puerta.
—Hija Paulina, buen día. Recuerda que tu misa de cumpleaños es ahora después de que lleves a los niños—le anunció Luis del otro lado—Abel y yo te esperamos con entusiasmo.
Suspiró.
Tras llevar a sus dos hijos a la escuela tenía que entrar a la iglesia y participar de una supuesta ceremonia que le mandaran los padres por su cumpleaños, pues según le dijeran la semana pasada que se habían enterado de ello, el día del cumpleaños era cuando las puertas del cielo se habrían para ti y se podía pedir lo que se deseara. ¿Qué podía ordenar ella cuando no sabía si ese Dios le haría caso?
—Bajaré en un rato, padre.
Le respondió y sintió que su amigo se iba. Luego ella se puso en pie. Emilia era la más dormilona de los dos y mejor apurarse para no llegar tarde. Se acercó a la cama, inclinándose y besando las mejillas de sus dos bebés.
—Mis amores, ya hay que levantarse, es hora de estudiar.
Mientras que Jerónimo se revolvía en la cama como un gato, Emilia como siempre se cubrió con las mantas a la cabeza.
—Que se bañe Jero primero, es el mayor—ella rió, volviendo a besarlos a los dos.
Su hombrecito extendió los brazos a su cuello.
—¿Puedo tener buñuelos para desayunar?—balbuceó entre dormido.
—Ya lo veremos, cariño. Vamos a levantarte.
Y él, ni corto ni perezoso se sentó. Sabía que Emilia era más cobarde. Luego la abrazó de la cintura.
—Feliz cumpleaños, mami. Que tengas un buen día y muchos regalitos—ella lo tuvo de la mejilla.
—¿Y tú como sabes que es hoy, mi amor?—el bostezó.
—El padre me lo dijo.
Ella frunció el ceño.
—¿Luis?
—No. Abel. Que no me olvidara de felicitarte. Que te merecías mucho amor, y tiene razón.
Besó su mejilla.
—Te quiero mucho, mami.
Ella sonrió enternecida y lo abrazó más fuerte.
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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
RomanceNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...