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[Está historia contiene violencia, non-con y muchos fetiches y comportamientos cuestionables, evita seguir leyendo si cualquier cosa relacionada al abuso y la tragedia no te agradan]

•••



—¡No! ¡No! —grita Yuuji.

Sukuna sonríe, una sonrisa llena de colmillos y deleite malicioso mientras sigue empujando su pene contra el oscuro interior del joven.

—Si, mocoso. Sienteme. Siente como me deslizó entre tus entrañas.

—¡No! ¡Ya basta, por favor! ¡Basta!

Yuuji lloriquea con voz rota. ¿Que más da que se vea tan patético y lastimero? Lo único que le rodea a él y a Sukuna son millas de cadáveres en putrefacción.

«Por favor... Alguien... Quién sea... Ayuda»

Sukuna toma el cabello de Itadori para levantarlo a mirar al frente, para que observé la bonita vista que el rey maldito le preparo para un día tan especial como lo es la perdida de su virginidad.

—Te estás desgarrando —comenta mientras frota sus dedos contra la entrada del chiquillo, luego procede a mostrarle las manchas rojas a Itadori.

—Como todo un virgen —murmura, jugando con el fluido carmesí de sus dedos.


—Por favor, por favor... —suplica con las mejillas siendo pintadas por la sangre de su recto, —Por favor Sukuna, para... Duele.

Sukuna separa los glúteos del chico hasta poder ver el agujero de Itadori alrededor de su falo ensangrentado.

Es tan bueno. Tan bello.

Sangre y lubricante goteando por entre muslos tensos. El pequeño hoyo de color rosa irritado en el contorno e hinchandose por cada diminuto vaso reventado.

Es un deleite, una degustación sin igual.

Yuuji es la cena de celebración, es el platillo que marca la victoria del todopoderoso rey de las maldiciones.

Follar... Abusar de quién alguna vez juro matarlo mientras mancha el camposanto de sus aliados es coronarse como el soberano que ha sido en los últimos mil años.

Y la sangre... Oh dios, toda la sangre que hay alrededor. Fresca y seca formando charcos con reflejos macabros de peligro; brillando como gemas preciosas en una bóveda de tesoros valiosos.

Y Yuuji, la sangre del mocoso es la joya más hermosa del recinto, aquella que eligió para mostrar y llevar orgulloso en el centro de su corona.

—Su... Sukuna, por favor... No puedo.

Yuuji tartamudea, se muerde el labio con vergüenza porque no puede creer que este rogándole a Sukuna.

Solo el dolor de su cuerpo se acerca al agujero negro que está formándose en el medio de su pecho.

—Vamos muchacho, ¡Ánimo, ánimo! Apenas has tomado la mitad, ni siquiera e llegado a tu estómago —contesta acariciando con falsa ternura un costado de Itadori.

Yuuji no puede creer lo que está a punto de hacer.

El solloza.

—Por favor...

Sukuna empieza a salir con cuidado del maltratado agujero, las paredes rugosas se cierran tras el con rapidez.

Pero es solo para volver a empujarse con sorna a las profundidades de Itadori mientras esté deja que las lágrimas por fin caigan y rueden en sus cachetes.

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