Capítulo 10 (libro 3 | Ambrosía)

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E LA FAVOLA, È FINITA
(Y la fábula se acabó)

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Esta escena forma parte del capítulo 10 del último libro de Ambrosía (aproximadamente 4 capítulos antes del epílogo). Debido a las políticas de la app, absolutamente todas estas escenas las censuré (especialmente las del primer libro, pues aún eran ellos adolescentes y, aunque yo también lo era cuando las escribí, la app no las permite). 

La versión sin censura de Ambrosía (de todas mis novelas) puedes encontrarla en Patreon (su política sí lo permite; la estoy subiendo allá y el enlace está en mi perfil).

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Annie cerró sus ojos, sintiendo el chorro del agua caliente caer sobre nuca; hacían meses que no era capaz de disfrutar un rato de una buena ducha.

Cuidar de dos hijos pequeños, sin ayuda, realmente era un reto para Angelo y para ella y, aunque estaba encantada y se sentía agradecida por ellos —por su salud—, también lo estaba con su prima Lorena y con Raimondo, quienes, aquella noche de domingo, se habían ofrecido a cuidar de los niños para que los jóvenes padres pudiesen dormir.

La pelirroja y su novio sabían que Angelo y Annie habían pasado noches en vela, pues Caleb y Sarah habían estado resfriados, por ello, al saber que los pequeños estaban mejor, se ofrecieron a quedarse la noche con ellos, y aunque al principio la pareja rechazó la oferta, en ese momento, disfrutando del agua caliente cayendo sobre su piel, Annie se daba cuenta de cuánto extrañaba las duchas largas.

Con los ojos cerrados, alzó la cabeza para que sus cabellos rubios se empaparan y sintió las manos de Angelo buscarle la cintura desde atrás, para abrazarla; se quedaron ahí por un rato antes de comenzar a lavarse. Él le lavó los cabellos rubios con champú y ella le pasó una esponja por la espalda masculina, bien formada, de piel blanca.

El plan era tomar una ducha y luego dormir, pero el roce de sus cuerpos desnudos provocó lo inevitable y comenzaron a buscarse los labios, aunque no con intenciones sexuales —no, se besaban lento, con los ojos cerrados, con las manos de él sujetándole a ella las mejillas—... Lo sexual vino después, cuando ambos, sin comunicárselo al otro más que mordiéndose los labios, decidieron que les caería muy bien la intimidad como sedante.

Angelo la alzó, abrazándola por la cintura, y Annie lo envolvió con brazos y piernas mientras él la apoyaba contra la pared de azulejos blancos y buscaba la entrada a su vagina con su pene erecto.

Aunque tenían la humedad del agua, al encontrarse con dificultad para unirse, supieron que, gracias a la falta de lubricación femenina sería una penetración forzada y, mientras Annie, con los ojos cerrados, se preparaba para recibirlo —pues cuando él hacía eso, cuando la penetraba sin que ella estuviese preparada, de manera irónica ella tenía un orgasmo casi de inmediato; por su parte, Angelo decidió que esa noche —ese tipo de estimulación, un tanto ruda— no era lo que tenía en mente.

—¿Mejor vamos a la cama? —le prepuso.

Annie pensó en que era una lástima que no la llevara de una buena vez al clímax, pero le miró el lado bueno, cuando él le inducía esos orgasmos, casi salvajes, durante el resto del acto ella no lograba alcanzarlo fácilmente de nuevo —no con estimulación puramente vaginal y a ella le gustaba venirse con él dentro—.

Mientras Annie andaba a la cama, secándose los cabellos rubios, Angelo le miraba las nalgas, ese trasero que, en conjunto con su diminuta cintura, siempre le había parecido un precioso corazón inverso.

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⏰ Última actualización: May 23 ⏰

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