Capítulo 35

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Haerin lo había arruinado una vez más.

Lo supo cuando echó sus cosas a la mochila de forma apresurada, saliendo del cuarto de visitas, pasando por afuera del cuarto de Minji, y escuchando su gemido de dolor, su llanto.

Se quedó quieta, fuera de la pieza, su mano temblando, como si quisiera levantarla y golpear la puerta. Entrar y tomar a Minji en sus brazos, pedirle perdón por su forma de actuar tan irracional, tan egoísta.

Lo que había hecho... tratar de forzar a Minji...

Siguió caminando, alejándose de los sollozos de la mayor, bajando las escaleras. Pero no esperaba encontrarse con la madre de Minji en el comedor, sentada en el sofá con una expresión desoladora.

—Hae... —murmuró la señora Kim, negando con la cabeza.

—No diga nada —suplicó con la voz temblando—. Me alejaré, lo prometo, su hija ya no... ya no seguirá sufriendo por mí.

La mujer hizo una mueca al escuchar sus palabras, poniéndose de pie.

—¿Qué pasó, Haerin? —preguntó la señora Kim de forma maternal, y Haerin quiso romper a llorar, porque recordó el abandono de su mamá, los abrazos dulces que le daba Eunsoo antes de irse a dormir, la sonrisa de su papá cuando hacía algo bien.

Se sentía tan, tan sola...

Y Minji pudo haberla aceptado para siempre, pero Haerin quería más, siempre quería más, y necesitaba desesperadamente que Minji se lo dijera, le dijera cuanto la necesitaba, a pesar de que se lo había demostrado varias veces.

—Lo siento... —susurró dando un paso hacia atrás, saliendo de allí tan pronto como pudo, saliendo al frío aire nocturno, queriendo alejar las lágrimas que luchaban por escapar de sus ojos.

Comenzó a correr, alejándose de esa casa, pensando en esos meses con Minji, en la sonrisa que le daba, en sus labios besándola con tortuosa necesidad, en sus ojos llenos de calidez y cariño cuando se miraban. En lo afortunada que se había sentido por ser la novia de Kim Minji, aunque al principio hubiera sido una novia falsa, alquilada sólo para lograr que se relacionara más con la gente.

Minji había estado con ella cuando Eunsoo murió, cuando se sentía más desgraciada, y Haerin lo único que había hecho era alejarla porque temía que la azabache la dejara algún día por alguien mejor, por alguien que sí valiera la pena. Por alguien a quien realmente amara y se lo dijera todos los días.

Haerin ya no se merecía el privilegio de que Minji la amara, no luego de lo que había hecho.

La mirada rota de Minji, sus palabras teñidas de odio y dolor, habían sido más que claras.

Llegó a su triste casa solitaria, y apoyó su frente contra la puerta, sollozando en voz baja.

Entonces, notó algo extraño.

La puerta estaba entreabierta.

Lo que faltaba, que alguien entrara a robar a su miserable hogar. ¿Acaso su vida no podía ser más asquerosa?

Apretó sus labios en una mueca molesta antes de empujar la madera y entrar a la casa, dispuesta a ponerse a pelear de ser necesario.

Al menos, eso planeaba hasta que entró a la cocina y se encontró con el rostro de una mujer que no había visto en años.

—¿Mamá?

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