Día 3 (2/2)

13 1 6
                                    

. . . . . . . . .

La luna blanca en su media presentación brillaba en lo alto del firmamento, dando su luz etérea como un préstamo que retiraría hasta el siguiente amanecer. Prestando a sus hijos más leales un hechizo irremediable y afrodisíaco.

Bañando el castillo de Bluebonnet con la dispersión de las nubes a su alrededor.

En su interior en un intrincado baile de luces y sombras acontecía el apogeo de engaños, mentiras, juegos peligrosos y silencios que otorgaban más que las palabras.

Rodeado de cristales y flores exóticas, creando un ambiente casi tan etéreo como enigmático.

Y los invitados tanto del pueblo aledaño como meros afortunados. Y como aquellos participantes de una cacería despiadada. Ocultos detrás de sus máscaras, bailando al ritmo de la música hipnótica que resonaba entre las paredes. Las luces apenas irradiando lo necesario para sus más necesitados.

Desde un rincón en la oscuridad, rodeado de una bruma espesa, la máscara de Monsignor esperaba. Ansioso y desesperado, sus ojos garza brillando con una intensidad peligrosa y atrayente para cualquier desgraciado que cayera en su mirada.

Un vals de bienvenida tan insignificante que no cobraba sentido en su cabeza. Pero aquel ser, esbelto y grácil se deslizaba con parsimonia y elegancia, bailando con el Bufón de la noche. Detectando no ser el único interesado en aquella máscara que no se había visto en años.

El Cardinal irradiaba una presencia que para Monsignor se volvía irresistible, una adicción palpable en el aire, lleno de necesidad. A pesar de la identidad cubierta, Monsignor conocía lo suficiente su enfermedad como su desdicha.

Monsignor, sin perder más tiempo antes de terminada la pieza, se adentró entre la multitud con una elegancia depredadora. Su capa ondeando detrás como una bruma, su andar tan seguro y preciso, evitando el choque de los otros participantes.

Llegando al fin con el Cardinal, reclamando en un segundo aquello que le pertenecía.

Sosteniendo su mano en lo alto y apresando su cintura con fuerza y ternura. Adorando en la infinidad la confusión y el deleite en los ojos dorados. Terminando aquella vuelta sellando el baile de bienvenida que nunca cobraría sentido. El Cardinal, abordado inesperadamente, suspiro confundido, hundiéndose cada vez más en los ojos de Monsignor.

Apresando más al Cardinal, jugando con sus instintos y disfrutando del choque carnal. Sonrió, acercándose sutilmente, bajo la vigilia de los ojos dorados. Mirando por unos segundos sus labios entreabiertos y perdiéndose en su aliento. Gruñó insatisfecho, regresando sus ojos a la vigilia eterna.

—¿Me concedería este baile, Cardinal? —su voz era un susurro cargado de promesas no dichas.

—Por su puesto Monsignor... —sus gestos regalando más de lo que sus suspiros podían decir.

La música cambió, volviéndose más lenta y melancólica, como si el tiempo mismo se hubiese detenido para observarlos.

Mientras bailaban, Monsignor mantenía al Cardinal cerca, sus manos firmes pero gentiles. Cada paso estaba calculado, cada giro era una declaración silenciosa de deseo. La tensión entre ellos era palpable, un tira y afloja de voluntades y emociones que se sentían casi tangibles.

Monsignor inclinó su cabeza, acercando sus labios al oído del Cardinal, provocándole un escalofrío.

—He estado pensando en usted Cardinal... No puedo sacarlo de mi mente... —susurró, su voz ronca y llena de un anhelo que apenas podía contener.

Siete días: BluebonnetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora