CAPITULO 53:

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—Paulina, espera...

Lo sintió a la espalda, siguiéndola.

No tenía miedo en lo absoluto de que le hiciera daño o la sometiera como su padrastro. En todos esos meses él le había demostrado que era muchísimo más respetuoso y caballero que él. Pero la vergüenza que había sentido de haberlo hallado así en esa intimidad y vulnerabilidad. Tan desnudo como en su sueño, eso sí la había azarado.

Sus mejillas se habían teñido de rojo y su anterior orgasmo estaba muy reciente para no sentirse un poco excitada de pensar que pudiera sentirlo así o que el de verdad la hiciera suya.

¡Maldición! Así estaba en el sueño. Así tan desnudo, apuesto, imponente... Madre Santísima.

¿Cómo iba a poder borrar ahora esa imagen de su memoria?

Vio que él luchaba con el pantalón, y antes de que ella alcanzara la puerta, él la detuvo del brazo con delicadeza tirando de ella y apoyándola en la pared. Volvió a cerrar la puerta. Su espalda hormigueó al sentir el frío muro.

—No vi nada—cerró los ojos—se lo juro. Y no hablaremos... de esto, ¿vale? Es mejor que me vaya—pero él de nuevo no la dejó.

La tensión sexual fue en aumento.

—No vi nada, Abel—repitió.

Pero si lo había visto todo. Y aunque no hablaran del tema, nunca se olvidaría de él desnudo. Y de lo que le producía el haberlo visto.

—Paulina...

—Déjame ir—rogó, cuando sus pulgares le acariciaron los brazos—Luis puede llegar y esto... sería sumamente vergonzoso. No le diré a nadie, pero déjame ir—su aliento le acarició la mejilla y el cuello—por favor, Abel.

—Yo estoy tranquilo. Pero si tú no viste nada, ¿Por qué tú no lo estás? Calma, ¿Por qué estás tan nerviosa?

Apretó más los ojos. No estaba tranquila porque le dolía verlo. Era simplemente doloroso lo mucho que lo deseaba en ese momento. Y sentía un miedo aterrador de lo que pasara. De fallarle más a Luis de lo que ya lo había hecho cuando Abel la había besado antes en la cocina. Él le había dicho que no podía aspirar ni siquiera a un beso. Y haberlo visto así...

—Pao...

—Quizás si lo vi—lo miró—vi lo que hacía y... no debía verlo. Por eso estoy nerviosa. Porque vi lo que no debía ver.

El pareció meditar sus palabras, aun con la respiración errática, como si considerara si en la posición que estaban era lo correcto o no. Luego volvió a verla y lo que preguntó la mató. Simplemente la desarmó.

—No debías verlo, ¿pero querías hacerlo?

Ella inhaló hondo.

—No lo sé. Digamos que no es muy, muy halagador pensar que contemplas algo que viste por tantos años en otro hombre y le tomaste asco.

—Pero...

Por fin se armó de valor y no se apartó cuando él rozó su barbilla y su labio inferior con el pulgar. No se apartó porque no era capaz. Su cuerpo no respondía.

—Pero tengo tanta curiosidad—susurró en sus labios—y te deseo tanto...

—Hazlo—le mordió el labio con mucha delicadeza—míralo.

—¿Cómo?

El entonces se desabrochó el pantalón para que ella lo contemplara. Fue despacio para que no se turbara, y se bajó tanto el pantalón como la ropa interior. Ella lo vio en todo su esplendor. Le flaquearon las piernas. Grande. Imponente. Y aunque el del sueño no le hacía justicia... Dios santo, con razón las relaciones sexuales dolían tanto. Volvió la vista a sus ojos, nerviosa y vio que él respiraba con mucha más dificultad. Sus manos se abrían y cerraban de lo mucho que él quería tocarla. Pero sabía que esperaba que ella diera primero el paso.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora