Interludio: Desentrañando La Maquina Del Tiempo

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El día de hoy he tenido una idea peculiar, por no llamarla loca, peligrosa o hasta potencialmente catastrófica.

Desde mis días en el nido me han fascinado las historias sobre viajes en el tiempo. Descubrir la historia de forma tangible suena fantástico, pues podrías ver en carne propia aquellos eventos de los cuales solo te han contado o existen vestigios de lo que alguna vez fueron. Me parecía divertido cómo se abordaba en los libros o en las películas el modo en que estos viajes se llevaban a cabo: a veces dentro de cabinas telefónicas, automóviles, naves espaciales o habitaciones.

Siempre me imaginé a mí mismo, conociendo el futuro de la humanidad que, por mi efímera existencia y limitada vida, no podría experimentar ni aprender de los futuros hallazgos o historias. Pero sobre todo, lo que más deseaba era retroceder en el tiempo y descubrir quién fui alguna vez. Conocer mi historia, mi origen. Encontrar el lugar al que pertenezco y mi hogar, conocer a mi parentesco.

Tuve bastante tiempo para investigar sobre todos esos temas, incluso antes de entrar finalmente a la escuela, pero aún faltaba mucho por aprender antes de imaginar que podríamos moldear el tiempo. ¡Pero ahí afuera están todas las respuestas! Ya están las ecuaciones, las investigaciones y las teorías. Lo que no existe aún es el método.

Según Einstein, el espacio y el tiempo están entrelazados. El espacio puede deformarse, doblarse y posiblemente horadarse. ¿Y qué puede deformar el espacio? ¡La gravedad! La masa de los cuerpos celestes modifica la forma del espacio, como un remolino al agua.

Los agujeros negros, por ejemplo, deforman el espacio-tiempo de manera extrema. Pero teóricamente, los agujeros de gusano podrían conectar dos puntos distantes del universo, y así también conectar dos momentos diferentes en el tiempo.

Para viajar en el tiempo, necesito deformar el espacio sin crear un agujero negro. Necesito un campo gravitatorio a mi alrededor, como una burbuja, que me aísle de la deformación temporal. La gran pregunta es, ¿cómo lo haré?

He estado formulando algunas hipótesis. Si puedo generar un campo energético y acelerarlo, podría simular la gravedad y, por tanto, manipular el tiempo. Necesitaré un acelerador de partículas para crear este efecto, algo que empuje las partículas en el momento óptimo, como una catapulta de electrones.

Siempre tuyo,

Dorian

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Hacía tiempo que no revisaba mis viejos apuntes, y me he dado cuenta que mi forma de pensar poco o nada ha cambiado desde entonces.

Siempre que soñaba con mi máquina solía decirme: Ya puedo ver cómo sería. En el centro, habría un anillo metálico brillante, hecho de una aleación de titanio, resistente pero ligero. Este anillo sería el núcleo de toda la estructura, donde ocurriría la mágica deformación del espacio-tiempo.

Frente al anillo, un panel de control táctil proyectaría sobre las pantallas información vital sobre el tiempo y el espacio. Imaginé introducir las coordenadas temporales y espaciales con solo deslizar mis dedos sobre la interfaz intuitiva. Gráficos claros y botones bien organizados harían que navegar por el tiempo fuera tan sencillo como manejar un moderno dispositivo.

En la base de la máquina, alojaría el núcleo energético que contendría el catalizador de energía como catapulta de fotones, el único elemento faltante para lograr la máquina.

Rodeando el anillo central, tubos delgados y circulares actuarían como aceleradores de partículas. Pequeñas turbinas y bobinas magnéticas dentro de estos tubos generarían el campo gravitatorio necesario para doblar el espacio-tiempo. Imaginé el zumbido suave y constante de las partículas acelerándose a velocidades extremas.

El asiento del operador estaría colocado justo dentro del anillo, diseñado ergonómicamente para asegurar comodidad y seguridad. Cinturones ajustables me asegurarían firmemente en su lugar. Sensores biométricos en el asiento monitorearían mis constantes vitales, asegurándose de que estuviera en perfectas condiciones durante el viaje.

Un campo de energía, activándose alrededor del anillo central, actuaría como un escudo protector. Este escudo me protegería de cualquier efecto adverso de la deformación temporal, envolviéndome en una burbuja segura.

Pantallas adicionales rodearían el anillo y el asiento, proporcionando información en tiempo real sobre el viaje. Relojes atómicos y visualizaciones del campo gravitatorio iluminarían mi entorno, manteniéndome informado en cada momento.

Me imagino sentado en el asiento, rodeado por la luz suave y pulsante del núcleo energético y las pantallas brillando a mi alrededor. Mis dedos volarían sobre el panel de control, configurando los parámetros exactos para mi primer viaje en el tiempo.

Aunque imaginar y soñar suena fascinante, me decía a mí mismo, era hora de comenzar a trabajar con las primeras pruebas y mediciones que tenía en mente.

Durante años, trabajé en mi laboratorio, diseñando y construyendo diversos prototipos de máquinas del tiempo. Cada uno representaba una nueva esperanza y, a su vez, una nueva frustración. Los prototipos fallaban uno tras otro, a veces de manera espectacular, otras de forma sutil y desalentadora. La mayoría de mis intentos no lograban ni siquiera una mínima deformación del espacio-tiempo. Incluso tiré la toalla ese último fin de semana.

Probé innumerables métodos para crear el campo gravitatorio necesario. Construí aceleradores de partículas, diseñé complejos sistemas magnéticos, y hasta intenté replicar en miniatura los efectos de un agujero negro. Sin embargo, cada intento fallido me enseñaba algo nuevo. Aprendía de mis errores, ajustaba mis teorías y mejoraba mis diseños. El progreso era lento, pero constante.

Entonces, ocurrió el milagro del meteoro. Ese día, mientras descansaba en la montaña, un cometa de cola violeta atravesó el cielo y aterrizó cerca de mí. Su impacto dejó un cráter poco profundo y en su centro, encontré un fragmento resplandeciente. Al verlo frente a frente, supe que había encontrado la pieza que me faltaba.

El fragmento del meteoro irradiaba una energía que nunca antes había visto. Llevé el fragmento a mi laboratorio y comencé a estudiarlo. Descubrí que tenía propiedades únicas: podía recargarse energéticamente y liberar esa energía a voluntad, tenía una consistencia rígida similar al metal, y una estructura molecular indefinida que podía cambiar según la presión, temperatura y la aplicación de electricidad.

Con esta nueva pieza del rompecabezas, todo cobró sentido. Mi mente trabajó febrilmente, rediseñando mi máquina del tiempo para incorporar el fragmento del meteoro. Construí un nuevo núcleo energético para alojarlo y ajusté los aceleradores de partículas para aprovechar su increíble energía. Creé un campo gravitatorio estable alrededor del fragmento, lo suficientemente potente como para deformar el espacio-tiempo sin causar un colapso catastrófico.

Las horas pasaron mientras trabajaba incansablemente. La emoción y el agotamiento se alternaban, pero finalmente, después de tanto esfuerzo, estaba listo para probar mi máquina una vez más. Introduje el fragmento en el núcleo energético, ajusté los parámetros y me preparé para lo que podría ser el momento más importante de mi vida.

Cuando activé la máquina, sentí cómo la energía del fragmento se canalizaba a través del sistema. Los aceleradores de partículas cobraron vida, el campo gravitatorio se formó, y una luz pulsante llenó la habitación. La máquina comenzó a vibrar suavemente, y el zumbido eléctrico del escudo protector me envolvió.

Por un momento, todo se detuvo. Luego, en un destello de luz y un susurro gravitacional, supe que había logrado lo imposible. La máquina del tiempo funcionaba. Los años de estudio, los prototipos fallidos, y la inquebrantable determinación finalmente habían dado fruto. La pieza final del rompecabezas había sido encontrada en el lugar más inesperado, y ahora, estoy listo para embarcarme en el viaje de mi vida.

P.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora