27 de noviembre de 1995, Don Matías, Antioquia...
Paulina tachó un día más en su calendario, antes de ponerse el delantal para lavar los baños. Solo tres días. Eso faltaba para que, según Luis, Abel volviera de la finca de su hermano en Yarumal. Tres miserables días que ella sabía se sentirían como una condena eterna. Lo mismo que todo el mes anterior sin su presencia.
Abel había partido terminando octubre aquella mañana en que ella despertó en el cuarto de él, cubierta por unas mantas pero desnuda. La había dejado sin una explicación, y solo para las diez de la mañana había logrado sonsacarle la información al vicario, que ahora estaba a cargo. Se había ido de descanso para Yarumal sin saber fecha exacta de regreso. Hasta el día anterior que Luis hablara con él y le preguntara. Sin embargo y ya sabiendo, la tranquilidad no se posaba en su corazón. Porque aunque no fuesen nada, ella sentía que se merecía una explicación. «Si le hubiera echado obscenidades y la hubiera sacado de su cuarto en la madrugada, no le habría dolido tanto como su indiferencia y que no quisiera informarle de su paradero la noche anterior».
Ese mes completo entonces, ella se había dedicado por entero a sus quehaceres con concentración, llevando a sus niños al colegio, estudiando para los sacramentos y presentando el examen final. Por no decir que en los pocos tiempos libres había leído también el libro que él le regalara en su cumpleaños. Lo llevaba por la mitad y la tenía encantada.
Con cada una de esas actividades Abel se había salido de su cabeza, impulsada por la rabia de que la usara solo para sus fines. Pero con la llegada de la noche... Ay, Paulina se volvía una máquina donde solo su cerebro trabajaba. Le daba vueltas a una cosa y a otra. Primero lo recordaba desde que se habían conocido. Como los había tratado a ella y sus niños, y luego la dulzura con que la había tocado esa noche: sus besos, las palabras susurradas, esos pequeños mordisquitos que la habían vuelto loca, ese deleite prohibido de ver su cabeza entre sus piernas. Si estaba de buen genio se quedaba con eso y se trataba de quedar dormida. Pero si por el contrario lo estaba añorando demasiado y no le entraba el sueño, ella solita se bajaba de la nube, recordando que él simplemente la había utilizado para sus bajas pasiones, tocándola y después dejándola sola sin decirle donde estaba y porque huía.
Con lo fácil que habría sido solo decirle que estaría tomándose un respiro y no quería verla por un tiempo.
Suspiró aferrando la escoba en las dos manos.
¿De verdad el amor y los hombres tenían que ser siempre tan complicados?
Subió las escaleras con todo para limpiar, agradecida de estar completamente sola. Luis había ido a visitar una vereda, y sus pequeños estudiaban. Solo el sacristán había pasado a desayunar con ella, pero la había vuelto a dejar para seguir trabajando. Así podría refunfuñar todo lo que quisiera, quejarse de lo cruel que había sido el padre y nadie la miraría de malas formas o la criticarían.
—Ojalá que cuando vengas de regreso no ponga la misma sonrisa de mema de siempre—masculló empezando a limpiar.
O Milena se reiría de ella en la próxima visita a su casita de campo. Porque si bien la mujer la apoyaba con lo que sentía y hasta le indicaba qué sería lo mejor que podría hacer, en el fondo le parecía cómico que ella esperara que ese hombre que ella creía perfecto, se saldría de su ministerio solo por ella.
«—Amalo, Pao. Pero de lejos. Las dos sabemos que ese amor será simplemente un dolor a futuro. No te ilusiones».
Le decía en cada visita a la finca. Pero después esa misma mujer era la que callaba cuando ella se desahogaba, y se entusiasmaba al ver su ilusión por saberse un poco amada.
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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
RomanceNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...