CAPITULO 58:

43 5 4
                                    

* Ser pedigüeña:  Pedir limosnas o regalos

******************

Paulina lo ignoró.

Toda el resto de la semana se dedicó a esa tarea. No merecía ser tratado como antes cuando le había provocado tantas lágrimas y dolor esa noche que solo pudo conciliar el sueño a las cuatro de la mañana. Así que prefirió sólo dirigirle la palabra cuando era preciso. Responder a sus preguntas con monosílabos que incluía el 'Señor' «Sí, señor. No, señor. Tal vez, señor». Y aunque sabía que eso a él lo exasperaba por la forma en que apretaba la mandíbula porque no volviera a llamarlo Abel, ella no se detuvo en su nueva regla.

Le hacía daño saber que no podía amarlo, y tratarlo como antes; mirándolo como un borrego, dejándose seducir por su dulzura y cariño, no sería la mejor manera para desenamorarse. Empezando porque eso también le servía de preparación para cuando llegara monseñor. Luis le había dicho que llegaría muy puntual ese viernes en la mañana para dar los sacramentos a ella y participar de la ceremonia en Don Matías. Y mejor que el señor se llevara una buena impresión de ella, y no la que posiblemente le dejarían los donmatieños si le llegaban con rumores de lo que ocurría entre Abel y ella. Así que el plan no era tan malo.

Los resultados se verían más adelante, y ella miraría entonces hacia atrás con paz interior de haber hecho lo correcto.

Se miró al espejo esa mañana de sábado, tras terminar de hacerle dos coletitas a Emilia para que estuviera presentable, y se planteó si era mejor recogerse los cabellos o dejarlos sueltos. Eran las ocho treinta de la mañana y para las nueve estaba previsto que empezaban las confesiones de los niños para las primeras comuniones del fin de semana siguiente. Tenía que verse presentable así como había organizado a sus hijos, para recibir el sacramento de la confesión, antes que el de la comunión.

Según le habían explicado el padre Luis y otro sacerdote auxiliar, el padre Gonzalo, que estaba de visita para apoyar en las confesiones; todos los niños incluidos ella y sus hijos estarían sentados en la iglesia y varias religiosas pasarían a buscarlos a las sillas para llevarlos al confesionario donde estarían Abel, Luis y Gonzalo escuchando lo que tuvieran para decir y concediendo el perdón para recibir la comunión. Paulina solo rogaba que no fuera a tocarle con su suplicio. Dios sabía que era más fácil ignorarle en casa cuando él estaba ocupado con sus deberes y ella con la limpieza, que el estar encerrados en un cubículo llamado confesionario donde él tendría toda su atención puesta en ella, en lo que le dijera y hasta en ese pasado que ella cargaba en sus hombros.

Recordaba una de las explicaciones de la demonia cuando no la había herido todavía. Lo que ella mencionaba que era considerado pecado por Dios y la iglesia. Y entre eso estaba la rabia, el odio y el rencor. Uno de los mandamientos más importantes de la ley incluía amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Que ella sintiera un rencor tan profundo y oscuro por su padrastro y su madre por lo que le habían hecho en el pasado, y que se arrepintiera de no haberlos matado o herido cuando tuvo la oportunidad, no era muy católico de su parte. Tenía que cambiar y estar limpia para recibir a Cristo ese ocho de diciembre.

¿Cómo iba a decirle a Abel lo que le hicieran cuando era niña? ¿Cómo confesarle que se sentía arrepentida y le dolía en el alma odiarlos y desear tantas veces su muerte, cuando no era verdad? Rezaba pidiendo perdón por el odio, ¿pero a la vez pecaba por mentirosa? ¿El que peca y reza empata? Ni riesgos se podía.

Así que mejor si le tocaba otro de los dos padres que sería más comprensivo y no se decepcionaría de ella por lo que sentía.

Jerónimo salió del baño de lavarse sus dientes y ella le acomodó la camiseta blanca que estrenaba, regalo de Milena como su madrina de bautismo.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora