CAPITULO 59:

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Si las miradas mataran, él ya estaría en una tumba veinte metros bajo tierra o incluso ardiendo en el infierno.

Abel la miró desde la comodidad de su asiento, mientras ella arrodillada parecía incómoda y apretaba las manos hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

—Ave María Purísima—pronunció muy sereno.

De nada servía incomodarse porque fuera él quien la confesara, cuando estaban molestos, si era en realidad Dios el que la deseaba de vuelta a casa y recibiendo su perdón. Él era solo un ayudante, un servidor de Cristo. Tenía que darle el sacramento como correspondía.

—Esperaba que no sería usted mi confesor—susurró.

—Ave María Purísima—repitió, ignorando su molestia.

Él había expresado el otro día cómo se sentía y se había explicado de las decisiones tomadas. Era ella la que no había quedado satisfecha con eso y había puesto la barrera. No sería él quien intentara destruirla. Aunque por todos los medios luchó para que ella no fuera indiferente, si ese era su deseo de comportamiento, él no entraría en discusiones. La trataría con igual amabilidad y seriedad.

—Deseaba al padre Luis o al padre Gonzalo.

—Ave María Purísima, Paulina.

Ella bufó.

—Podemos hacer esto por las buenas o las malas. Tú necesitas este sacramento para el viernes, y no saldremos de aquí sin él. Decide si será con amabilidad o no.

—Por mí puede quedarse esperando. No voy a confesar nada si es usted mi confesor.

Se pasó la mano por la frente de forma cansina.

—Bien sabes que el confesor aquí es Cristo. No yo. Soy solo un intermediario en este proceso.

—De acuerdo, pues no lo quiero de intermediario. ¿Es mucho pedir?

—¿Por qué no?

Ella apretó los dientes.

—Ya sabe porque no. Mientras más lejos los dos, mejor.

Como si en la casa cural no se cruzaran por los pasillos.

—Vivimos juntos en la misma casa y no sucede nada por decisión tuya. ¿Qué cambiarán quince minutos dentro de un cubículo donde todo el mundo nos ve?

Ella se cruzó de brazos.

—Solo cuenta como si yo no estuviera aquí, lo que consideres pecado en tus años anteriores y acabaremos con esto. Te daré la absolución, penitencia y ya está.

Un suspiro de resignación fue su única respuesta de que iba a colaborar.

—¿Ave María Purísima?—preguntó.

—Sin pecado concebida, María Santísima—obtuvo en un murmullo

—Dímelo, Paulina. ¿Cuáles son los pecados que quieres soltar hoy?

—He sido mentirosa, algunas veces—masculló—también renegona, no creía en Dios...y odio a mi madre y mi padrastro.

—¿Por qué?

Ella lo miró indignada.

—Porque sí. Porque simplemente los odio y no quiero nada de ellos nunca.

—Debe existir una explicación. ¿Te hicieron algo? ¿Maltrato? Me dijiste una vez que tu madre te golpeaba. ¿Es por eso que los odias y les guardas rencor?

Miró al frente para no quedarse hipnotizado con sus bellos ojos marrones. Ya bastante mella le hacía sentir de nuevo tan cerca su exquisito aroma.

—No es problema suyo. Simplemente los odio y ya. ¿Puedo irme?

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora