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—Distinguidos aristócratas de Arbezela y honorables sacerdotes del templo astral—

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Distinguidos aristócratas de Arbezela y honorables sacerdotes del templo astral—. La voz resonante de Ariana llenaba la vasta nave de la iglesia, reverberando entre las columnas y vitrales. Aiden, sentado en un banco de roble tallado, observaba con atención a su hermana desde la penumbra. La luz de los candelabros creaba un halo en torno a ella, destacando su figura en el púlpito. —Soy Ariana de Secramise, la primera princesa de Arbezela. He sido elegida como coanfitriona de la ceremonia del sol de este año, asumiendo el título de "creyente de la luz"

Un murmullo de aprobación recorrió la congregación, antes de que Stella, la primera estrella de los tres sumos sacerdotes, tomara la palabra. 

El emperador ya nos informó mediante una carta. La princesa ha aceptado la responsabilidad de portar la espada y el guantelete sagrados. Podemos estar seguros de que la ceremonia será un éxito—declaró, su voz firme y autoritaria.

De repente, un noble de aspecto desagradable interrumpió el momento. Con la lengua suelta por el alcohol, su voz era una mezcla de burla y desprecio. 

En realidad nos sorprendió mucho, ¡hip! escuchar que la princesa dirigirá la ceremonia y no los príncipes, ¡hip! —sus palabras resonaban torpemente por la iglesia. —¿Este año también planea ver las flores?

Los sacerdotes comenzaron a murmurar, visiblemente disgustados por la falta de respeto del noble. Uno de ellos, sin poder contener su indignación, murmuró lo suficientemente alto para que todos lo escucharan. 

Algunos de esos aristócratas no saben dónde están parados. No tienen idea de que nuestra princesa fue bendecida por nuestro dios, y además enviaron a un tonto para representarlos en el día de la inauguración.

—¿Qué? ¡Una rata del templo acaba de insultarme! —gritó el noble, visiblemente ofendido.

—¡Silencio! ¡Todos hagan silencio! —La segunda estrella de los tres sumos sacerdotes golpeó su bastón contra el suelo, intentando restaurar el orden. 

Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano, desatando una acalorada discusión entre los aristócratas y los sacerdotes.

Aiden suspiró, intercambiando una mirada con su guardia, Alexander. Sin titubear, Alexander desenvainó su espada, apuntándola directamente al noble. 

—¿Acaso debo arrancarte la lengua para mantener el orden en el templo? —El silencio se extendió por la sala ante la amenaza implícita en las palabras del príncipe. —Estamos en el sagrado templo astral, donde adoramos a nuestro dios, Astotelia.

Con una elegancia innata, Aiden se levantó de su asiento y caminó hacia el pasillo central. Su porte y la autoridad que emanaba hicieron que todos guardaran silencio. Las segundas y terceras estrellas de los sumos sacerdotes lo miraron con una mezcla de sorpresa y admiración. 

𝐊𝐈𝐍𝐆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora