La Carrera parte 7

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A la edad de trece años, los profetas habían aprendido ya el silencio.

De «Historia de Los semidioses de la Carrera de la Muerte», por la Sacerdotisa Leah.

Meda sigue en la ventana hasta mucho después de que el bosque se trague su hogar. Esta vez ni siquiera tiene la vaga esperanza de regresar.

Antes de que se anunciarán las Guerras Floridas le prometio a Serbal que haría todo lo posible por ganar, y ahora se ha jurado a si misma que hará todo lo posible por mantener a Amin con vida. Nunca hará el viaje de vuelta.

Ya había pensado las últimas palabras que dedicaría a sus seres queridos, la mejor forma de cerrar las puertas y dejarlos a todos tristes, pero a salvo al otro lado. Babilonia le ha robado hasta eso.

—Les escribiremos cartas, Meda —dice Amin detrás de ella y le entrega el niqab—. Así será mejor, les dará algo nuestro a lo que aferrarse. Diomedes se las hará llegar si... si hace falta.

Meda asiente y se va directa a su habitación. Se sienta en la cama, sabiendo que nunca escribirá esas cartas. Serán como el discurso que intentó escribir en honor a Krishta y Yashoda en la Tribu de Benjamín: en su cabeza estaba todo claro y las palabras surgieron sin problemas cuando estuvo delante de la multitud, pero no delante del papel. Además, se suponía que irían acompañadas de abrazos y besos, una caricia del pelo de Serbal, otra de la cara de Murphy, un apretón de la mano de Aśoka. La chica no puede decírselo acompañado de una caja de madera con su frío cadáver, victima de necrofilia dentro.

Demasiado desconsolada para llorar, lo único que Meda quiere es acurrucarse en la cama y dormir hasta que salgan del planeta y lleguen a Babilonia por la mañana. Sin embargo, tiene una misión; no, es más que una misión, es su último deseo: mantener a Amin con vida. Aunque parezca poco probable teniendo en cuenta la rabia de Babilonia, es importante que esté en plena forma, y eso no pasará si ella se queda lamentándose por todas las personas de casa a las que quiere.

«Vamos, Insha'Allah —se dice—. Despídete y olvídate de ellos.»

Meda hace lo que puede, los libera como si fuesen mariposas en una red a la que recogió y destruyó para evitar que regresen.

Cuando Leah llama a la puerta para la cena, Meda esta vacía, pero la ligereza no es del todo desagradable.

La comida está poco animada, tanto que, de hecho, guardan silencio durante largos períodos, sólo interrumpen por el cambio de platos.

Amin y Leah intentan iniciar alguna conversación, sin éxito.

—Me encanta tu nuevo pelo, Leah—comenta Amin.

—Gracias. Tenía pensado utilizar un pañuelo mitpachat que fuese a juego con el broche de Meda para cubrir mi cabello, pero encontré esta peluca entre la colección de una diseñadora famosa que es super admiradora de la ropa que Meda utiliza. Pensaba conseguirte una pulsera dorada para el tobillo y quizá un brazalete de oro para Diomedes, o algo así, para que parezcamos todos un equipo divino.

Está claro que Leah no sabe que la Gopi ahora es un símbolo de los rebeldes, al menos en la Tribu de Leví. En Babilonia no es más que un recordatorio divertido de unas Guerras Floridas especialmente emocionantes.

—Creo que es una gran idea —dice Amin—. ¿Qué te parece, Diomedes?

—Sí, lo que queráis —responde Diomedes. No está bebiendo, pero Meda se da cuenta de que le encantaría. Los droides camareros se llevaron la copa de vino de Leah cuando ella vio el esfuerzo que hacía el ciervo de Ninkasi, pero Diomedes seguía en un estado lamentable. De ser él la ofrenda, no le debería nada a Amin y podría emborracharse todo lo que quisiera. Ahora va a tener que hacer lo que esté en su mano por mantenerlo con vida en una pista a la cual no desea volver, y seguramente fracasará.

La carrera de la muerte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora