—Pues de verdad se ve que tienes esta iglesia muy bien tenida—apretó los dientes mientras guiaba a monseñor por el altar, ya los dos revestidos para la ceremonia, y esperando que fuese la hora en punto y que llegaran los niños y Paulina.
Le había dado un recorrido por la casa cural e incluso la iglesia entera para que el mismo comprobara lo bien que llevaba su labor evangelizadora. Pero hasta ahora lo único conseguido era que su superior se diera pompa delante de los feligreses del pueblo, y él tuviera una tremenda migraña. Nada le parecía a don «no hay nadie por encima de mi» y la única palabra buena que saliera de su boca en la última hora había sido esa.
—Dios ha sido el que me ha ayudado en esto, monseñor. Sin Él no habría podido mantenerla en pie.
Su excelencia hizo una mueca con la boca, antes de apoyarse en el báculo que debía llevar en cada ceremonia importante.
—Eso se sabe, Abel. De no tenerlo de tu lado, quien sabe que otra estupidez habrías hecho como en Carolina del Príncipe, que por cierto sus feligreses no olvidan.
Quiso estrangularlo por su falta de aliento hacia él, por seguirle machacando el error cometido, que para empezar ni había sido su culpa, pero en su lugar tomó aire profundo y contestó con toda la calma que pudo.
—Eso puede ser cierto. Menos mal Dios sí lo ha olvidado. Si fuera como usted todos ya estaríamos en el infierno—el obispo solo miró para otro lado—yo ya pagué con creces un error que no fue mío, ahora solo resta seguir adelante en esta comunidad y lo estoy haciendo de la mejor manera posible.
Luis se les acercó también revestido y con un libro en mano para la ceremonia.
—Monseñor, buenos días—por primera vez vio sonreír a su superior.
—Ah, padre Luis. Me alegra verlo por aquí, otra prueba de porque también esta parroquia sigue en pie.
Luis lo miró atónito, pero él solo hizo una mueca restándole importancia mientras monseñor consultaba su reloj.
—También es bueno tenerlo aquí en nuestra... parroquia—carraspeó—Abel, todo está listo para que empiece la ceremonia.
—¿Ya están listos los niños?
—Así es. Todos esperan afuera para entrar.
El obispo hizo un ruidito burlón.
—Ya era hora. A ver cuando me largo de este pueblo—masculló.
Abel lo ignoró, alejándose un poco antes de preguntarle a su amigo por lo que lo tenía un poco nervioso esa mañana.
—¿Y Paulina?—Luis sonrió muy a su pesar
—También está allí con ellos. Milenita la preparó.
Fingió indiferencia con un simple asentimiento, aunque por dentro su estómago se hizo un nudo. Desde que la había dejado en la puerta de su habitación esa madrugada antes de marchar por monseñor a Santa Rosa de Osos, su corazón y barriga eran un amasijo de nervios. Habría deseado verla prepararse en la mañana para ese momento, o haber pasado más tiempo a su lado mientras la estrechaba en brazos o la llevaba al orgasmo. Pero con tener que recoger a su superior fue imposible. Ahora no veía el momento de verla entrar por el centro de la iglesia vistiendo de blanco como un ángel, dichoso de saber que hoy el Señor la recibiría con brazos abiertos. Que por fin el Espíritu Santo moraría en ella, y que también sus pequeños retoños serían recibidos en la iglesia a través del bautismo.
No era ni el padre de ellos o el esposo de Pao, y sin embargo se sentía emocionado como si de verdad lo fuera.
Solo esperaba que el obispo no le fuese a dar muy duro cuando la conociera.
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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
Lãng mạnNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...