CAPITULO 64:

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* Chechere: Cosas - mobiliario - implementos de cocina / Descacharse:  Meter la pata.

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Cuando su confirmación quedó hecha y la ceremonia prosiguió con normalidad, ella volvió a su asiento. Ni los padres ni monseñor volvieron a reparar en su persona. Solo Milena, que la tomó de la mano y se la apretó con cariño.

—Estoy muy orgullosa de ti, mi ahijada—ella solo le sonrió recostando su cabeza en el hombro de su mejor amiga y dejándose abrazar.

Pues era bueno tener a alguien externo a los padres que le brindara su amor y compañía. Porque si se fiaba del pueblo... solo unas cuantas personas habían aplaudido, al anunciar su Excelencia que ella ya estaba confirmada.

—Yo estoy agradecida con Dios por tenerte de amiga. Nunca había tenido una que se preocupara tanto por mí y que sea ahora mi madrina.

Vio al altar donde el padre Abel preparaba todo para la consagración del pan y el vino.

En realidad nunca había tenido a alguien que pudiese llamar amiga, hasta ella. O amigo, si incluía a los padres.

Mile solo la estrechó más, como respuesta.

Paulina siguió concentrada en la Eucaristía, y solo volvió a ponerse ligeramente nerviosa cuando fue el momento en que tenía que comulgar. Porque aunque según Abel ya estaba limpia de pecado, algo le decía que aún no era digna de recibirle. Apretó con firmeza su yugo y pensó que iba a caerse cuando la hermana Soledad la hizo levantar para hacer la fila hacia el altar, y le temblaron las piernas. Milena no podía acompañarla en esa ocasión así que solo estaba a merced de que sus piernas la sostuvieran en los zapatos de tacón que su amiga le prestara.

¿Y si no era capaz de comulgar?

¿Qué era lo que tenía que hacer según el padre Luis? ¿Arrodillarse'

¿Y luego?

Sintió todas las miradas sobre sí a medida que se acercaba al altar, porque quien le daría la comunión no era otro que su Abel, y eso solo le aumentaba más el terror. ¿Qué pasaría si la hostia sagrada se le caía de la boca? ¿O del susto lo tumbaba a él con todo y copón?

—Jerónimo ya lo hizo—susurró dándose moral—no debe ser tan difícil y aterrador.

Otro paso hacia el altar.

Una cosa era la confirmación que solo le imponían las manos y oraban por ella. Más diferente era recibir ese circulito de hostia sabiendo que ahí estaba Jesucristo. Al que ella rechazara tantas veces. ¿Cómo iba a comerlo?

Avanzó más.

—¿Y si yo te defraudo?

Le dirigió esas palabras a Dios mientras la fila se hacía más corta, y el nudo que tenía en el estómago, más grande.

—No es que sea tan buena para tenerte, Señor.

Faltó solo una persona para que fuese su turno. La pequeña Gloria, que cuando la hermana Auxilio la golpeaba, corrió en busca de la directora y el padre.

—Pero es necesario esto, ¿no?

El corazón se le aceleró dentro del pecho cuando la niña se levantó, y no hubo nada que la separara del padre, el reclinatorio y el copón con las hostias donde estaba Cristo.

Abel le hizo una seña con la cabeza, pero sus pies fueron lentos y torpes cuando se acercó al reclinatorio, temblando.

—Solo arrodíllate—le susurró y ella lo hizo, con un nudo en la garganta.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora