CAPITULO 65:

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* Ser frentera: Sin pelos en la lengua - franca - no tener miedo a decir las cosas de frente / Espíritus chocarreros:  Fantasmas

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Cenaron juntos en el comedor cuando él le ayudó a preparar la cena. Y tras el amaine de la lluvia, Milena se había ido a su finca acompañada por uno de los vecinos de la vereda. Luis volvió de la casa de los señores Rendón y juntos con los niños habían prendido las velitas y él les había enseñado a los tres a rezar el Santo Rosario. Habían dado las gracias por todos los sacramentos recibidos, y cada uno había pedido una gracia especial. Después se habían retirado a descansar, por el día agotador que habían tenido. Su amigo Luis y él le habían dado los mejores deseos a los tres, otorgándoles una bendición, y Paulina se metió en su cuarto para poner a dormir a los niños.

Desde ese momento él se había enclaustrado en la biblioteca leyendo un rato y oyendo música a un volumen bajo para no perturbar a nadie. Pero eran ya casi las doce de la noche, y ni por asomo se había concentrado en nada de lo que estaba plasmado en las páginas de uno de sus libros favoritos. Pao seguía allí dentro de su cabeza manejándolo a su antojo, pensándola, recordándola en cada suceso del día. Angelical cuando había caminado hacia el altar para recibir sus sacramentos, en ese bello vestido blanco; frentera al no amilanarse cuando monseñor no fue cortés con ella, sin agachar el rostro y respondiéndole como se lo merecía; risueña cuando la había visto bailar en el parque con sus hijos, ya sin el velo y dando vueltas, su vestido haciéndola parecer una bella paloma blanca que va a extender vuelo.

Otro recuerdo un poco más diferente a los demás se coló en su cabeza. Uno que lo hizo cerrar el libro con brusquedad, al tiempo que inhalaba con fuerza. Porque también su parte animal lo hacía recordarla como la noche anterior, sensual, mientras se arqueaba contra su cuerpo por las caricias que él le prodigaba, o con su dulce boca entre sus piernas haciéndole algo que él no habría creído capaz a su Paulina de antes. Y quizás no estuviese lista para ese avance hasta el culmen de la relación sexual, pero no puso reparo alguno a que él le enseñara como hacerlo sentir a él, el hombre más febril sobre la tierra, y tenerlo a sus pies. Que a veces estaba bien que ella lo viese vulnerable y con la guardia baja.

—¿Qué voy a hacer contigo y lo que me estás haciendo sentir?

Aquella tarde mientras junto a su amigo Luis la veía bailar, le había prometido que la dejaría en paz, que no rompería su corazón y alma pura al amarla, porque siendo un sacerdote no podía tenerla cerca. Pero era tan complicado cuando últimamente su corazón y voluntad tenían más fuerza y dominio sobre él, que la razón y el obedecer a Dios.

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—Duele tanto, amigo Luis, ¿sabes?—ella daba una vuelta con los brazos extendidos y el vestido flotando a su alrededor, y cuando sus niños gritaban siguiéndole los pasos, ella reía con ellos, emocionada.

—¿El qué?—el vicario siguió su mirada después de beber refresco.

—Ver a alguien como ella. Hermosa y de tanta dulzura. Y que nunca podrás contemplarla de cerca, oírla reír contigo, o soñarla porque lo tienes prohibido—ella los miró un segundo, antes de sonreír y volver a girar—que tu corazón la anhele con fuerza y sin embargo... solo se quedará en eso. El más lindo y doloroso recuerdo.

Su amigo miró de uno a otro y después volvió a verlo a él con pena.

—Amigo mío, ¿Cuándo te fascinas con una flor la cortas solo para ti o la dejas simplemente florecer?

—No podría cortarla a pesar de si eso me hace feliz—se le arrugó el corazón al ver lo que le quería decir.

—Entonces déjala donde está en el jardín, aunque su dulce perfume nunca sea para ti. ¿Qué ganas con confesarle lo que jamás le podrás dar? Dejar ir a pesar de que no quieras, también es amor.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora