CAPITULO 66:

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Días más tarde...

—¿Dónde podría poner esta bolita?—se secó las manos mientras veía a su hijo Jerónimo escanear el enorme pino artificial que decoraban.

Emi jugaba con unos moños y cintas unos pasos más allá, queriendo ponérselos a Figgaro de adorno. Solo Luis miró también al pequeño, tras poner una tira de luces entre las ramas.

—Analiza los espacios vacíos, Jero. ¿Dónde crees que faltan bolas por poner?

Paulina se asomó por la puerta de la cocina.

—Arriba, padre Luis. Cerca de la estrella falta una roja.

Sonrió al notar su alegría, pues era la primera vez que sus pequeños participaban de armar un arbolito de navidad, un pesebre u otras decoraciones. Pues siendo pobres, ellos jamás habían gozado de la dicha de otros niños. Ni siquiera podían recibir regalos en la natividad. Solo doble ración de quesito con bocadillo y eso era todo. Nunca se quejaron pero a Pao le dolió ver de lo que los había privado tantos años. Solo gracias a los padres ellos podían disfrutar de esa actividad – Emi gritó cuando consiguió ponerle una guirnalda verde al gato en el cuello – unos más que otros.

—Correcto, Jero. Ponla entonces allí.

Pero aunque saltó, no alcanzó a ponerla. Solo lo consiguió cuando el vicario lo sujetó debajo de las axilas y lo alzó para que alcanzara, y Jerónimo gritó de júbilo por lograrlo.

—¡Eso es, Jero!—lo felicitó Luis.

Paulina sonrió al verlos felices. No tenían un buen papá biológico. Pero tenían dos amigos padres que valían para todos los papás del mundo. Prestados y todo pero eran suyos en ese momento.

El niño la miró.

—La puse alto, mami. ¿Me viste?

Se acercó a ellos.

—Así es mi niño. Lo hiciste muy bien—besó su frente antes de abrazarlo contra sí.

Luis la miró también contento.

—¿Viniste a ayudarnos, hija?

—Terminé de lavar unos platos y secar la ropa, padre. Puedo ayudarles. Dígame para qué soy buena—lo vio fijar las luces de las ramas—aunque nunca había hecho esto.

—No es difícil, mija. Puedes ayudarme...—miró pensativo sus manos cuando las luces navideñas se le acabaron—ya sé con qué.

—¿Necesita más luces?

El asintió.

—Me faltan dos cajas más. Este árbol es muy grande. Y también las que van con las guirnaldas de los pasamanos del segundo piso, si me las puedes traer.

Se removió el delantal atado de la cadera, para unirse al nuevo trabajo.

—Por supuesto. ¿Dónde las tiene?

—En la biblioteca, mija. En un cajón cerca de uno de los libreros.

Ella comenzó a caminar hacia las escalas, pero se frenó en seco. ¿La bibliote...? miró al segundo piso. Abel estaba allí trabajando en algo, lo que indicaba...

Suspiró con el estómago dando vueltas.

—Maldita sea mi suerte, vida verraca—masculló en un susurro.

—¿Qué dijiste?—inquirió el padre que volvía con una escalera para poner otras decoraciones del árbol.

—Nada... no dije nada. No se preocupe. Ya voy por ellas.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora