CAPITULO 67:

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* Organizar bien la movida: Dejar listos los detalles o pormenores - saber como van a actuar

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—Te lo dije. ¿No?

Miró al vacío con los ojos empañados, mientras su amiga iba de un lado al otro, llevando y trayendo utensilios a la mesa donde ambas estaban sentadas para tomarse un café con ponqué de vainilla.

—Te lo dije, te lo dije, y te lo recalqué mil veces, negra. Y no me escuchaste—le puso delante una cuchara y las servilletas para disponerse a comer.

—Me lo advertiste siempre y de mil formas.

—¿Y entonces?

Le tomó la mano mientras ella volvía a llorar.

—Mi corazón tenía la esperanza de que al final Abel lo elegiría a él.

Milena la abrazó. Con la misma fuerza de cuando había llegado a la finca.

A pesar de la lluvia y de que Abel la siguiera hasta la puerta de la casa cural, Paulina había salido de allí. Tomó el primer mototaxi que estuvo dispuesto a llevarla a la vereda Miraflores cerca de la portada de la finca de Milena, y no miró para atrás a nadie. Conteniéndose, callando sus pesares incluso al conductor del chivero que le preguntaba por cómo estaba todo con los padres. Solo cuando pagó el viaje y empezó a subir el caminito de la casa con un perro criollo ladrándole y meneando la cola por nueva visita; y Milena salió a su encuentro sorprendida por la intempestiva visita, Paulina dejó que el dique se soltara. Allí a medio camino había vuelto a llorar a moco tendido mientras su mejor amiga y madrina la abrazaba y le ofrecía su hombro, sin hacer preguntas.

Después la había guiado al patio de la casa desde donde se divisaba el pueblo, trayendo una caja de pañuelos y los trastes para tomar el algo y servirle una bebida caliente que le reconfortara. Paulina entonces le contó lo sucedido sin obviar nada.

—Lo siento, mi Pao. De verdad que me duele que tengas que pasar por esto—le pasó el pañuelo por la cara secándole las lágrimas—que fuera necesario ese estrellón para que cayeras en cuenta de todo.

—Le pedí explicaciones y él se me fue por las ramas. Divina debí verme toda ilusionada creyendo que él se quedaría a mi lado. ¿Cómo se reiría de mí?—suspiró con amargura.

Milena la miró con tristeza.

—Posiblemente no. Porque Abel no tiene cara de ser de esa clase de hombres. No parece que se burle de los sentimientos de las personas. Pero sí hicieron mal los dos en enamorarse y no ponerle freno.

—Porque estaba pecando—apoyó la sien en la mano—Dios debe odiarme.

Era como si una venda se le hubiera quitado de los ojos y le permitiera ver todo con claridad. Pero qué verraco estrellón tan fuerte había tenido que pasar para eso.

—No te pongas en ese plan, Paulina, por favor. Ahora que has recibido al Espíritu Santo, no—su amiga se acercó más en la silla—no es por Dios ni por pecado que digo que hicieran mal—meditó lo que iba a decir a continuación—bueno... una parte sí. Pero dejemos de lado por un momento la religión y si es correcto o no para Dios y la iglesia. Aquí lo que importa es tu corazón y tu felicidad. Abel es un sacerdote, por más que se amen él tiene un compromiso por encima de todo. Uno que no va a romper, mi negra. Y no me digas que tú no lo sabías. Que muchas veces te lo dije y hasta el padre Luis lo hizo. Sabías que Abel era prohibido y sin embargo te metiste allí. Sí, porque lo amas. Pero también podría ser porque necesitabas que alguien te amara a ti. Lo que haya sido, no lo detuvieron y ahora es tu corazón quién paga los platos rotos.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora