Capítulo 4.

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—¿Sabes? Siempre he pensado que hay algo misterioso en los jardines, algo que va más allá de la belleza de las flores —dijo Leysi, inclinándose hacia el jardinero con una mirada intrigante.

El jardinero, jugando con una rosa entre sus dedos, le respondió con una sonrisa cautelosa.

—Los jardines guardan muchos secretos, algunos más oscuros que otros. Pero también pueden ser un refugio.

—¿Y tú? ¿Eres un refugio... o parte de los secretos oscuros? —susurró.

El jardinero dejó la rosa a un lado y la miró directamente a los ojos.

—Soy solo un hombre que cuida las plantas. Los secretos... esos pertenecen a otros.

—Quizás —dijo Leysi, tocando suavemente el brazo del jardinero—: pero me pregunto si un hombre que cuida tan bien las plantas podría cuidar de... otros asuntos.

El jardinero se tensó por un momento, luego suspiró.

—Hay cosas en esta casa que no están bien. Si estás buscando ayuda, podría... considerarlo.

—Eso es todo lo que necesito saber. Por ahora —Leysi le regaló una sonrisa radiante—. Conversemos de otras cosas.

Mientras Leysi y el jardinero conversaban, sus risas y gestos parecían llenar el aire con una energía ligera y coqueta. Nataniel, desde la distancia, observaba la escena con una mirada intensa y calculadora, su interés claramente capturado por la interacción entre los dos.

Gale aprovecharía que Nataniel estaba distraído. Se movía con sigilo. La puerta de la oficina estaba entreabierta. Al entrar, sus ojos escanearon todo el lugar, buscando las llaves.

Estaban en el escritorio; Gale extendió la mano, sus dedos rozando el metal frío. Con un rápido movimiento, las llaves estaban en su poder.

Las escaleras se alzaban ante ella. Gale apoyó su peso en el pasamanos, ignorando el dolor que se disparaba desde su tobillo hasta su rodilla. Cada vez que su pie tocaba el escalón, una oleada de incomodidad la atravesaba.

El aliento de Gale se volvió entrecortado mientras subía, su mente luchando contra la agonía. Cada escalón parecía más alto, cada paso más difícil. Pero tenía que llegar a la puerta. Tenía que liberar a su hermana.

Finalmente, con un último esfuerzo, Gale llegó al segundo piso. La puerta estaba allí, tan cerca. Sus dedos temblaron al insertar la llave en la cerradura. Debía de sacar a Nova de la habitación y llevarla a la de ella, para luego reunirse con las chicas e irse en el auto de Nataniel.

Su corazón latía con fuerza; giró la llave, pero esta era la equivocada; insertó la siguiente llave, y así siguió hasta que probó en la cerradura todo el manojo de llaves.

Su labio inferior temblaba tanto como sus manos. La llave de la habitación de Nova estaba en otro lado.

—Gale.

Ella pegó su oreja a la puerta, escuchando la voz de su hermana, aún algo grave.

—Nova, anoche intenté abrir tu ventana y no te vi.

—Estaba en el baño —explicó—. La ventana está trabada. No podrás abrirla.

—Maldita sea —dijo con el ceño fruncido.

Arrugó el entrecejo al percibir otra vez un olor repugnante. En esta ocasión, el olor era más fuerte, proveniente del ático.

—Deja esas llaves donde estaban, Nataniel irá a buscarlas, y si no las encuentra, habrá consecuencias, ¡RAPIDO!

El Hedor Del ÁticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora