Capítulo 22.

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El sol brillaba intensamente sobre la aldea de Koyala cuando dos figuras se acercaron por el camino polvoriento. Arandú y Kalik, disfrazados como comerciantes ambulantes, llevaban consigo mercancías exóticas del bosque Sumbru. Arandú, con su aspecto robusto y sabio, guiaba a Kalik, cuyo semblante exótico y aspecto inusual atrajeron de inmediato las miradas curiosas y desconcertadas de los aldeanos.

Las mujeres susurraban entre ellas mientras los niños miraban con los ojos muy abiertos. Los hombres de la aldea se detenían en su trabajo para observar a los recién llegados. Kalik, con su piel pálida y cabello claro, destacaba entre los tonos más oscuros de la gente de Koyala.

—Nunca he visto a alguien como él —murmuró una mujer, apretando su chal cerca de sus hombros.

Arandú, consciente de la atención que atraían, levantó una mano en un gesto de paz. —Venimos en son de paz, amigos. Somos comerciantes Naribiu y buscamos alojamiento por unos días. Nuestro puesto en la aldea fue destruido y ahora mercadeamos por las demás comunidades.

Huaáneri, que estaba cerca, observó la escena con interés. Ella conocía bien a Arandú y a Kalik, pero debía mantener las apariencias. Se acercó al grupo que se formaba alrededor de los visitantes.

—Bienvenidos a Koyala —dijo ella con voz firme pero amable. —Debemos discutir su solicitud con los ancianos. Por favor, esperen aquí.

Con un movimiento de su mano, Huaáneri indicó a dos jóvenes que los llevaran a una sombra cercana mientras ella se dirigía a la cabaña de reuniones. Ekuneil, que había estado observando desde la distancia, la siguió de cerca, su rostro serio y preocupado.

—No me gusta esto —murmuró Ekuneil mientras entraban en la cabaña. —No los vi en Naribiu y no confío en ellos.

Era cierto, por más que intentara rememorar si en algún momento los había visto, no encontraba nada entre sus recuerdos. Él estaba seguro, una apariencia así jamás le pasaría desapercibido y tampoco olvidaría fácilmente. Naribiu era grande pero no lo suficiente como para no enterarse que alguien con la apariencia de ese joven existiera ahí.

Se veía como una anomalía porque iba en contra de todo lo que ellos eran físicamente. No parecía real o de fiar. Era lógico que se sintiera desconfiado más aún por la actitud de la princesa al recibirlos rápidamente sin ellos haber hecho mucho esfuerzo.

—Sé que parecen diferentes, pero la mercancía que traen es de alta calidad y poco común —respondió Huaáneri. —Nuestra aldea podría beneficiarse de esto. Además, todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida.

— ¿De qué mercancía hablas? A duras penas se ve que trajeron lo que llevan puesto. — le refutó Ekuneil al verlos nada más que con mochilas colgando de sus hombros.

— Sus ideas pueden ser innovadoras para nosotros, Ekuneil. Igual esto lo decidiremos entre todos, porque serás el próximo líder pero recuerda que por derecho ese lugar me seguirá perteneciendo, por lo tanto, mis opiniones debes aprender a tomarlas en cuenta te guste o no. — le exigió sin reparos.

Después de todo lo que había pasado, entendió que lo mejor era dejarle todo a Ekuneil pero él debía aprender a limitarse cuando de ella se tratara, porque fue educada para liderar algún día.

Sin medir más palabra, la princesa se dirigió a la cabaña dónde solían reunirse siempre, intuía que los ancianos ya estaban al tanto de la situación y estaban esperándolos para entablar respuestas. Ekuneil no tuvo de otra que seguirla enojado por las palabras de ella. Algo no le cuadraba y estaría más que atento. Una vez d entro de la cabaña, los ancianos ya estaban reunidos. Huaáneri y Ekuneil se sentaron frente a ellos y expusieron la situación.

Hijo de Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora