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Luego de recibir un disparo en el pecho, uno que estuvo a punto de tocar su corazón, Marc permanecía en la camilla de un hospital, bastante lastimado para moverse.
El mercenario no podía hacer mucho por si mismo, a pesar de que la herida estaba en su pecho, había perdido tanta sangre, que ahora apenas podía levantar los brazos.
Estando lejos de Londres, Marc sacó ventaja de la situación para no contarle a Steven lo que había sucedido, si el chico se enteraba de lo cerca que estuvo de morir, entraría en pánico, y lo dejaría todo para ir corriendo a dónde Marc, y eso no lo podía permitir. Tenía suficiente con su propio dolor físico, como para lidiar con el sufrimiento emocional de Steven.
Decidió quedarse solo, creía que debía estarlo por no poder impedir que le hicieran daño, y muy en el fondo, deseaba que está vez, la bala hubiera acertado en su corazón.
Envuelto en su propia rabia y sus pensamientos desalentadores, Marc se había negado a recibir cualquier tipo de ayuda de las enfermeras, sobretodo a la hora de comer, no quería que alguien viniera a tratarlo como si fuera un niño.
Entre doctores y enfermeras, habían estado buscando convencerlo, pero Marc se negaba a cualquier suplica y petición, aún cuando podía escuchar los gruñidos, y sentir el dolor de sus entrañas retorciéndose dentro de su estómago.
Tal vez era que no quería sentirse como un completo inútil, o tal vez no quería mostrarse vulnerable, o solo quizás, era parte de su auto castigo, y su deseo constante de renunciar a la vida. Fuese lo que fuese, el mercenario pasaba sus días mirando por la ventana, esperando con impaciencia recuperarse lo suficiente para poder salir de ahí, o que su corazón finalmente se rindiera.
Pero al pasar una semana, ninguna de las dos cosas sucedían, y su paciencia, se paseaban sobre una capa de hielo muy delgada.
Marc se hubiera vuelto loco en medio de sus pensamientos agotadores, pero una voz sonando en el pasillo, le llamó la atención.
Podía reconocer ese sonido, esa risa fastidiosa que se hacía pasar por encantadora... Jake.
El tipo debía estar afuera, conversando con alguna enfermera o doctora, seguramente coqueteando.
—Maldita sea— Marc gruñó, no necesitaba la presencia de Jake justo ahora.
Los pasos inconfundibles de sus ridículos zapatos comenzaron a acercarse a su habitación, hasta que su figura apareció entrando por la puerta.
Jake se detuvo para echarle un pequeño vistazo, había escuchado que Marc la estaba pasando mal, pero no esperaba que fuera el desastre que era en ese momento.
—Mirate, parece que un tren te pasó por encima— el hombre cerró la puerta detrás suyo —varias veces, en realidad—.
—Largáte, Jake— el mercenario contestó con agresividad sin cruzar mirada con él.
