CAPITULO 79:

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Tito era una excelente persona, atento y conversador como él solo.

El problema era que ella no quería hablar. Y luego de que él le insistiera mucho, terminó desistiendo y encendió la radio dejándola a estar.

Paulina lloró todo el camino. Desde la salida de Don Matías, hasta que en carretera empezaron a verse mensajes que estaban cerca de Medellín; y finalmente más, cuando en la radio cantaron historia de un amor. Jerónimo intentó consolarla aunque en vano. Su alma estaba en cenizas y no había poder humano que la calmara. Gracias a Dios Emilia no se enteraba, dormida contra su pecho.

El día clareó segundo a segundo y a pesar de que empezó a caer una llovizna cuando iban por Girardota, no ascendió a nada y casi a las seis de la mañana un sol perezoso asomó entre las montañas.

—Lamento lo que le pasó, 'ñorita Paulina.

Le sonrió con tristeza.

—Tú no tienes que sentirlo, Tito. A veces el amor es así. No podíamos estar juntos, así que era mejor dejarlo todo atrás, antes de hacernos más daño el uno al otro.

—Dígamelo a mí, que el amor también me ha pegado duro—ella miró por la ventana, besando un segundo los cabellos de Jerito—la mujer que quería me dejó porque solo le ofrecía este camión y lo poco que gano con él.

Adelantaron otros carros cuando aparecía un letrero que anunciaba que estaban en Bello, Antioquia.

—Milena dice que ella no me merecía, pero también la amaba. En fin, somos mi jaulita y yo contra el mundo.

—No la necesitas—susurró—has podido solo sin ella y lo seguirás haciendo.

El chofer rió.

—Eso mismo dice mi prima. Y razón tendrá.

Ojalá ella pudiera decirse lo mismo. Que podría seguir adelante sin Abel, que no se moriría por su ausencia.

Los edificios de la gran ciudad aparecieron grandes a su alrededor, con Medellín cobrando vida. Un mundo tan distinto del campo, que se sintió ligeramente apabullada.

—Bienvenida a la ciudad de la eterna primavera, 'ñorita Paulina.

Muy bonita. Pero tan ajena a ella. Solo en su mente estaba ese pueblito que se había robado su afecto por su gente cálida, por el clima frío al que ya estaba acostumbrada, el canto de las aves en la mañana. Despertar en la casa cural sabiendo que volvería a ver a Abel.

Rompió a llorar una vez más, y dio las gracias cuando su nuevo amigo le pasó una caja de pañuelos.

—Llore lo que necesite. Aquí nadie la juzgará. Llegaremos en menos de treinta minutos.

—Gracias.

Y así fue. Entre trancones de personas que salían en sus autos, pronto a trabajar, venteros ambulantes y cafeterías que eran las primeras en abrir de todos los locales, pasaron por barrios elegantes y llegaron a una callecita ligeramente empinada y Tito se detuvo frente a una casa de dos pisos en color crema y bien tenida. Un jardín delantero precioso con un rosedal y una banca para sentarse a ver la tarde en el primer piso, así como en el balcón. El motor se apagó.

—Es aquí, 'ñorita.

—¿Aquí vive mi tía Ismenia?

El asintió, y terminó por confirmársele cuando la puerta se abrió, y una versión más mayor de su tía, de quizás cincuenta y cinco o sesenta años, se asomó, con una sonrisa aprensiva.

—La ayudaré a bajar e instalarse. Así me lo pidió Milenita.

Agradecida y conteniendo sus nervios y emoción, esperó a que el bajara para dar la vuelta y abrirle la puerta. Luego ayudó a sus niños a bajar, sosteniendo en brazos a una dormida Emi. Ella bajó luego, de un saltito. Los bolsos dejados en la acera a sus pies.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora