Capítulo VII

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Finalmente la velada ha terminado y la mayoría de los invitados empezaron a retirarse, entre ellos también estaban los esposos Andrew. Mientras el conductor se dirigía a la residencia Anthony aprovecha para hacer esa pregunta a su mujer que tanto le inquietaba. 

-¿Qué hablabas tanto con Grandchester, Candy? 

-Perdona ¿A qué te refieres? 

-Sabes perfectamente de lo que estoy hablando... ¿Qué hace ese hombre aquí? ¿Qué era eso tan importante que te dijo? 

-No sé por qué el señor Grandchester se encuentra en Chicago, me he enterado al mismo tiempo que tú de su presencia. Y sólo se acercó para saludar, nada más. 

-No me gusta que tengas amistad con ese hombre... 

-¿Hay algo más que no te agrade? Porque últimamente parece que todo lo que yo hago te molesta, y realmente no lo entiendo. 

-Conozco a Grandchester más que tú, es un mujeriego. Le gusta coquetear con todas las mujeres, las usa para luego desecharlas como papel y no quiero que se aproveche de ti. 

-Ya puedes respirar tranquilo, entre él y yo no hay nada. Sólo somos dos conocidos. 

-Entiéndeme Candy, cuando lo vi me puse celoso, eres mi esposa y no quiero que se te acerque cualquiera y pueda engañarte con falsas promesas de amor o algo por el estilo. 

-Anthony, creo que soy lo suficientemente mayor como para darme cuenta que otro hombre tiene intenciones indecorosas hacia mi persona, pero no se me olvida que soy tu esposa, te debo respeto y nunca aceptaría algo que insulte mi persona o que perturbe nuestra relación. Te amo, no tengo razones para serte infiel. 

-Eres mi esposa, mi mujer... mía... sólo mía Candy. No lo olvides. 

Pronuncia esas palabras cerca de su oído, el aliento de su voz choca sobre la blanca piel haciendo que la joven se estremezca. Si bien suena posesivo con lo que dice, parece que han despertado en él un deseo que había sido dejado de lado o casi olvidado todo éste tiempo.

Candy le devuelve el beso, también lo extrañaba. Cuando llegaron a la intimidad de su alcoba, el rubio la desprendió de sus ropas, devoraba cada centímetro de su piel mientras que con sus manos le acariciaba los pechos. Deseaba poseerla y hacerle recordar quien es su hombre. La recuesta sobre la cama para cubrirla con todo su cuerpo; la joven sentía como su miembro se endurecía poco a poco sobre su vientre, las caricias eran posesivas, recorriendo su figura con firmeza y soltando un que otro gemido de excitación. 

Sí, estaba embriagado en deseo y celos. Anthony la abre de piernas para poder introducirse en su centro, llenarla con su falo palpitante y ardiente por completo. Sus embestidas eran profundas, los besos robaban el aliento, logrando con ello que Candy se humedeciera y deshiciera entre sus brazos, sus manos se aferraban a su espalda desbordada por el deseo y la verga de su marido que la llenaba, él prosigue con sus arremetidas una y otra vez para calmar ese fuego que habían encendido los celos; Anthony enreda su manos en los cabellos y le muerde la oreja, para con voz ronca decirle: 

-Eres mía Candy... siempre serás sólo mía. 

-Lo soy cariño, nunca debes dudar de eso. 

Le asevera a la vez que le devuelve el beso. El joven la penetra un par de veces más hasta que logra alcanzar su orgasmo debido a esas palabras que apaciguaban su sed primitiva de posesión. Tras recuperar un poco el aliento se gira sobre su lado para acomodarse mejor y liberar de su peso a su mujer, minutos después él sucumbe ante el sueño. Candy se sentía plena y feliz de saber que su esposo aún la desea, hay un hormigueo en su estómago que nunca había sentido... su corazón aletea tonto porque su marido le había hecho el amor como nunca antes y sobre todo porque finalmente han podido reconciliarse. No creía que un poco de celos hubiesen ayudado de esa manera, se acomoda en el regazo de él para finalmente caer rendida del sueño.

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