Manifiesto

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Finn:

Gina vino corriendo a avisarme que Mónica había despertado. Apenas escuché la noticia, me disculpé rápidamente con mi paciente y concluí la consulta de inmediato.
Salí corriendo, con el corazón palpitando de emoción. En el camino, ordené a una enfermera que informara urgentemente a mi padre y a Elijah.

Al llegar a la habitación, me llené de emoción al ver a Andrea abrazada a su madre, llorando de alegría. Fue el mejor momento en mucho tiempo, especialmente para mí, ya que quería a Mónica como si fuera mi propia madre.

Después de que Andrea y su hermana salieron de la habitación, mi padre y Elijah ya habían llegado. Los tres estábamos felices, preguntándole a Mónica cómo se sentía y examinándola exhaustivamente. Ella nos agradecía emocionada por estar allí.
Al terminar, no pude evitar abrazarla y agradecerle por estar de vuelta, lo que hizo que ella llorara aún más, diciéndome que agradecía a Dios por haberle dado un hijo más como yo.

Salí de la habitación y, como siempre, Andrea entró corriendo sin preguntar nada, deseando estar al lado de su madre junto a su hermana. Eso hizo reír a Joel, Elijah y a mí.
En ese momento, vimos a Leonardo llegar corriendo, preguntando apresuradamente cómo estaba todo.

Le hicimos un breve resumen y él entró rápidamente a la habitación para ver a su esposa. Desde la puerta, observamos la escena de la familia llorando emocionada, abrazándose y riendo felices. Leonardo no soltaba la mano de su esposa y sonreía, dejando besos en su rostro. La imagen era conmovedora.

-¿Hermoso, no?- nos dijo Joel a Elijah y a mí.

-Maravilloso- respondí sin dejar de sonreír, sintiendo esa emoción en mi garganta.

-Y por estos momentos, solo por esto, vale la pena cualquier esfuerzo e investigación. Amo mi profesión- añadió Elijah con una sonrisa feliz.

-Así es, niño Elijah, vas comprendiendo- le dijo Joel, palmeándole la espalda mientras se alejaba sin dejar de sonreír satisfecho.

- Tengo algo que hacer, ¿te quedas aquí? - le pregunté a Elijah mientras consultaba la hora.

-Sí, ¿es tan importante para que te vayas justo ahora? - me preguntó, mirándome confundido.

-Muy , después te explico. Además, creo que necesitan su momento, lo han estado esperando por mucho tiempo -respondí, mirando por última vez a la familia y yendo a la oficina de mi hermano.

-¡Hija de puta! ¿Puedo hacerlo yo? Tu eres muy caballero para esto- preguntó Frederick después de ponerlo al tanto de todo.

- No, pero debes estar ahí, eres el administrativo. Estaré esperando en mi consultorio - le dije, y él asintió, diciendo que en cinco minutos estarían allí.

Como mi hermano dijo, a los cinco minutos llegó a mi consultorio con la doctora Adams. Él se veía enojado y ella muy nerviosa. Yo los miraba impasible e incluso le hice una seña a la doctora para que tomara asiento.

Mi hermano prefirió quedarse de pie y se ubicó a mi lado, mirándola como si quisiera asesinarla. Frederick era más impulsivo; por momentos le costaba esconder bien sus emociones. Lo hacía, pero a veces no podía.

La doctora Adams, con las manos temblorosas, se sentó en la silla frente a mi escritorio. Sus ojos buscaban los míos, pero yo mantenía una expresión neutral, observando sus movimientos con cautela. Frederick, en cambio, era un volcán a punto de estallar.

Sus mandíbulas estaban apretadas y sus manos formaban puños cerrados. Sabía que tenía que intervenir antes de que su impulsividad empeorara la situación.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora