Este verano, como cada año, trabajo en la tienda de mis padres. Es una mercería, de esas antiguas y "vintage". Hechas y decoradas completamente con madera. Se entra por una gran puerta de madera con molduras en los laterales que se hicieron hace más de cien años por los bisabuelos de mi padre a mano. Nada más entrar, a la izquierda está el mostrador, también de madera y la caja donde cobran, "vintage", como todo lo de la tienda. Todo lo demás es un mostrador enorme en forma de U invertida por la cual puedes pasear y mirar en sus armarios gigantescos de casi tres metros de altura cualquier artículo que buscases. Algunos tras puertas de vidrio y otros simplemente apoyados en su respectiva estantería. Debajo del mostrador gigante, todo cajones, etiquetados mediante placas de metal que mis tatarabuelos también hicieron a mano. La iluminación, toda amarilla y tenue, daban un ambiente muy acogedor y típico de la mercería de mi familia durante los últimos ciento cuatro años. Cuando entras hay un olor inconfundible, como el olor a barniz, de los muebles, junto al olor a tela. Es un olor que conozco desde que tengo uso de razón y la verdad, me encanta ese olor, forma parte de mi vida.
La verdad me recuerda mucho (y no sé porque) a la tienda de varitas mágicas en la película de Harry Potter. Es como que en mi mente huele igual y se tiene que sentir exactamente igual que cuando entras a la tienda de mis padres.
Soy muy conocido en el barrio y muy querido, casi tanto como mid padres. Mi barrio no es muy grande, ni tampoco está muy centrado en la ciudad. Está prácticamente el borde de esta y no tiene casi nada que ver con como se ve el centro. Pocos años después de fundarse la mercería "El Espejo", mi barrio se anexó a la ciudad, ya que antes era un pequeño pueblo aislado.
Siempre que camino por la calle, me encuentro a alguien que me conoce. El sesenta por ciento de las veces también conozco a esa otra persona, pero el otro cuarenta ni les reconozco mientras me saludan con una sonrisa de oreja a oreja. Se nota que mis padres, al igual que mis abuelos, se han forjado una muy buena reputación y son muy queridos.
Por suerte ya ha pasado un mes desde que empezamos las vacaciones y eso significa que queda un mes para que empiece la universidad. Pero aun trabajando duro, el tiempo pasa muy lento aquí, en la mercería.
—¡Buenos días! —digo de forma animada y con una sonrisa en la cara—. ¿Qué puedo ofrecerle?
—Venía para ver si me podrían vender unos parches para pantalón. Mi marido y mi hijo desgastan muy rápido los pantalones del trabajo, están todo el día arrodillados, limpiando tuberías o arreglándolas. —se pone una mano en la nuca y sonríe.
—Sí, claro, ¿de qué color quería el parche?
—Azul marino, si puede ser.
Rebusco entre los cajones del mostrador, buscando el apartado de parches, para luego buscar la placa metálica donde ponga "azul marino".
—Aquí los tiene, serán dos con cincuenta cada uno.
La clienta me paga y me sonríe mientras se me queda mirando fijamente. Me conozco este escenario. Me reconoce, pero yo a ella no. Odio estas situaciones.
—¿Sabes quién soy, no? —dice con una sonrisa esperando que la reconozca. Da la sensación de que si no la reconozco pueda llegar a decepcionarse.
—¡Por supuesto! —no tengo ni idea de quien es.
Hay unos segundos de mirada incómoda. Ella parece estar buscando una reacción o que le diga algo, pero yo no puedo leerle la mente. Es una situación muy incómoda para mí.
—Bruno ¿sabes quien es? —mi madre sabe que no sé quien es, me conoce demasiado.
Me quedo callado, le miro confundido y con la mirada le pido que me eche un cable.
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Lágrimas prohibidas
Novela Juvenil¿Alguna vez te has sentido identificado con la vida de otra persona o sus sentimientos? Sigue la vida de Bruno, nuestro protagonista, un joven chico en su adolescencia y su propia búsqueda para entenderse a si mismo y a la gente que le rodea. Pasand...