Capítulo 12

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Es una mañana fresca, pero el magnate enfrenta otro día agotador, y está más distante y despegado que nunca con la pelinegra. No tiene ánimo para discutir sobre la distancia que ha crecido entre ellos en los últimos días. Ella tampoco tiene tiempo para fingir que necesitan hablar del tema. Decide que lo mejor será abordar la situación en casa.

Durante la cena, él se muestra tenso. La pelinegra intenta no dejar que eso la afecte y come en silencio. De repente, el magnate lanza su celular con furia y se levanta de inmediato, lo que asusta a Abbie y a la empleada doméstica que le estaba sirviendo más jugo.

Ella sigue con la mirada el celular mientras él se encierra en su recámara. Abre el celular y observa cómo se curva la comisura de sus labios al leer un mensaje dirigido a la rubia. Su furia aumenta, pero luego de leer el contenido, se calma. La rubia lo estaba rechazando una vez más.

La pelinegra frunce el ceño, se levanta y se dirige hacia él. Lo encuentra encerrado en el baño, soltando aire molesto.

— ¿Estás bien?

—Sí, déjame solo —ordenó, tratando a su esposa como si fuera otro empleado más. La pelinegra pone los ojos en blanco y se sienta en el sofá de la habitación, esperando. Cuando él sale, lo ve preparándose para salir de nuevo.

— ¿Qué pasa, Sebastián?

— ¿Sabes qué? Ahora no tengo tiempo para discutir contigo. Tengo que salir de emergencia, luego te lo explico.

—Lo que sea que tengas, si no quieres hablarlo conmigo es tu problema, pero no voy a tolerar que me sigas levantando la voz -advierte la pelinegra, defendiendo su dignidad.

El magnate se acerca a ella y le muestra una sonrisa burlona. Ella enarca las cejas, molesta, sin apartar la mirada.

—Tienes razón, mi amor. Discúlpame —le besa la mano—. No quiero que te molestes por mi culpa. Regresaré más tarde. —Intenta darle un beso, pero ella se aparta con rapidez.

Él se queda sorprendido por su reacción, pero pronto se burla y toma su abrigo antes de salir.


***


Abbie se deja caer en el sofá, abatida. Aunque su intención era evitar el encuentro, permitió que él la buscara.

(Tal vez sea lo mejor para los dos.)

Pasados cinco minutos, otra empleada doméstica toca la puerta y entra.

—Disculpe molestarla, pero hay una señorita preguntando por usted.

— ¿Quién es? —pregunta Abbie, enderezándose.

—Es una mujer rubia. Lleva el uniforme de la empresa.


La pelinegra se levanta rápidamente y toma su bata de dormir.

—Dile que me espere un momento. Ofrécele algo de beber, por favor.

La empleada asiente y cierra la puerta para dejarla sola. Abbie se recoge el cabello en una coleta, sin molestarse en retocarse. Quería que la rubia la viera desarreglada para que entendiera que no era el mejor momento para visitas. Al bajar las escaleras, finge somnolencia. La rubia se levanta al verla, esbozando una sonrisa.

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora