Capítulo 05: La Acusación

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El domingo llega con un aire cargado de tensión y miedo. Me despierto temprano, antes de que los primeros rayos de sol se cuelen por las cortinas.

Mientras me visto con mi mejor vestido, uno de color azul oscuro que cae suavemente sobre mi figura, mis pensamientos son un torbellino de miedo e incertidumbre. Mi cabello, oscuro como la noche, lo peino con cuidado, pero nada de eso aliviará el peso que siento en el pecho. La misa, donde todo el pueblo se reúne, es siempre una tortura silenciosa. Es donde los murmullos se vuelven más fuertes y las miradas se clavan en mí como cuchillos.

Salgo de mi casa con paso firme, pero mi corazón late con una mezcla de nerviosismo, pero tambien determinación. El camino hacia la iglesia es corto pero tortuoso, con cada paso acercándome más al juicio de mis vecinos y al temor de lo que pueda venir.

Al llegar, veo a los tres padres fuera de la iglesia, saludando a la gente con una sonrisa gentil. El padre Matthew con su presencia imponente, observa a la multitud con seriedad. El padre Nicholas con una mirada menos rígida y con una pequeña sonrisa en sus labios. Y el padre Edmund, parece distante y nervioso, algo que antes no había notado en él.

Me acerco a ellos con cautela, sintiendo las miradas de los padres sobre mí antes incluso de que me vean. Cuando finalmente me saludan, puedo ver la tensión en sus rostros, especialmente en el del padre Edmund y el ligero temblor en sus manos cuando toma la mía.

—Bu-buenos días, Aurora —dice el padre Edmund, su voz algo más ronca de lo habitual—. Es un placer verte aquí.

Correspondo a su saludo con una sonrisa amable, tratando de ignorar la incomodidad que se cierne entre nosotros. ¿Por qué parece tan nervioso en mi presencia? ¿Qué es lo que cambio en mi como para que se sienta incomodo con mi presencia? Acaso... ¿Cree en los rumores? ¿Lograron convencerlo los demás de eso? No puedo evitar que un nudo se forme en mi estómago ante la idea.

Entramos juntos a la iglesia, pero la tensión en el aire es palpable. La misa comienza como cualquier otra, con el padre Matthew en el altar y los demás aldeanos recitando sus plegarias. Sin embargo, las miradas que me lanzan esta vez son más persistentes, más cargadas de sospecha.

Trato de mantener la compostura, de concentrarme en las palabras sagradas que se pronuncian, pero mi mente está en otra parte, atormentada por el miedo y la incertidumbre.

El sermón termina y la misa llega a su fin. Los aldeanos comienzan a levantarse de los bancos, murmurando entre ellos mientras se preparan para salir de la iglesia. Yo me quedo un momento más, intentando calmar el nerviosismo que aún siento tras soportar tantas miradas inquisitivas durante toda la ceremonia.

Mientras la gente comienza a dispersarse, noto que algunas personas se detienen a hablar en voz baja cerca de la entrada. Es en ese momento cuando escucho la voz temblorosa de una mujer.

—Padres... —la voz de una mujer, cargada de inquietud, se eleva apenas lo suficiente para ser escuchada—. Hay algo de lo que debo hablarles.

El padre Edmund se gira hacia ella, su rostro sereno, aunque su mirada refleja preocupación.
—¿De qué se trata, señora?

La mujer baja la mirada, como si le pesara lo que está a punto de decir, y da un paso hacia los sacerdotes. Algunas personas cercanas, inclinan la cabeza para escuchar mejor. Siento cómo un nudo se forma en mi estómago, anticipando lo que viene.

—He oído... cosas —comienza la mujer, su voz vacilante—. Hay quienes han visto sombras... cosas extrañas cerca de la casa de Aurora.

Las palabras de la mujer parecen un golpe sordo en mi pecho. No es la primera vez que escucho rumores sobre mí, pero que lo diga en voz alta, frente a los padres, lo convierte en algo mucho más real. Mi corazón comienza a latir con más fuerza, y una sensación de peligro inminente se cierne sobre mí.

La virtud de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora