Capitulo 03.

378 53 14
                                    

Día 03 (22 horas-Parte I)

El día anterior, Suguru te amenazó con hacerte daño si te atrapaba en su habitación tocando sus cosas. No pudiste pegar un ojo en toda la noche. Te movías en la cama pensando en el tipo de vida que pasarás con ese individuo. Pasaste la mano por tu cara, suspiraste pesadamente y te concentraste en el sonido del tic-tac del reloj para conciliar el sueño, pero no pudiste. Te recostaste de costado mirando hacia el balcón de la habitación, y el ruido de lo que parecía un carnaval atrajo tu atención. Te levantaste de la cama, buscaste las sandalias y te acercaste. Desde el balcón, viste muchas parejas disfrutando de un evento con máscaras alrededor de una fogata, con música, y más atrás, una feria donde vendían de todo.

Estabas triste; en el fondo, ese odioso monje sí te causaba miedo. Frotaste las manos contra tu cara, respiraste profundamente y apoyaste los codos en el marco del balcón, estudiando con más detenimiento los puestos. Entonces, se te ocurrió algo que definitivamente iba a enojarlo y que aseguraría tu inminente muerte. Pero, pensándolo bien, recordaste la fortuna que tus antepasados te dejaron como herencia. Además, Suguru no sería capaz de cumplir su amenaza, pues él solo podría reclamar lo que te pertenece si estás con vida. Ahora, ustedes dos están casados y sus patrimonios son compartidos.

Así es, el dinero era lo único que podía protegerte de tu esposo. Y no solo eso, podías hacer más. Lo usarías y él estaría obligado a obedecerte, o eso creíste. Mientras siguiera casado contigo, no podría tocarte.

Eras consciente de que él buscaba maldiciones y ganancias financieras para llevar a cabo su plan. No se detendría a pesar de que Yuta le dio una buena paliza. Sonreíste con malicia, te preparaste para salir, miraste tu reflejo en el espejo y saliste de la habitación rumbo a la feria.

Todos los puestos estaban repletos de cosas interesantes, pero no tenías tiempo para observar y continuaste hasta llegar a la tienda. El dueño te vio husmeando y preguntó qué deseabas. Pediste pintura para el rostro con la intención de hacer una máscara. El señor se alegró al ver tu interés y te mostró un anaquel a la izquierda, lleno de frascos de diferentes colores.

Después de quince minutos, regresaste a la casa y entraste sin hacer ruido en tu habitación. Dejaste el bolso en la mesita de noche y examinaste lo que ibas a usar. Guardaste lo necesario, saliste de la habitación y caminaste en dirección al dormitorio de Suguru, descubriendo que la puerta estaba entreabierta. Asomaste la cabeza, todo estaba oscuro y viste a tu esposo (si es que así podía llamarse) durmiendo plácidamente con un brazo sobre su cabeza y el otro sosteniendo la foto que tocaste, donde estaban las niñas y él, al parecer, en un parque de diversiones.

Hiciste una mueca de desagrado al verlo dormir. Debías admitir que era una imagen interesante de ver, pues, aunque usara ropa holgada como pijama, era atractivo. Hiciste una mueca, sonreíste con malicia y frotaste las palmas de tus manos entrando sigilosamente.

Te sorprendió que no roncara nada; dormía como un bebé y solo cuando estaba dormido parecía vulnerable. Chasqueaste la lengua sin que te importara realmente, y miraste por donde pisabas para no hacer ruido. La madera crujió, apretaste los dientes y rezaste para que él no se despertara. Casi querías reír por lo que estabas a punto de hacerle. Te sentaste al borde de la cama, cuidando de no despertarlo, dejaste el bolso en la almohada y abriste el primer frasco de pintura blanca.

No podías aguantar la risa. Frunciste los labios y presionaste tu mandíbula. Le diste un último toque pasando la yema de tu dedo medio en la punta de su nariz, pintándola de rojo y dibujando un círculo. Querías estallar a carcajadas; el cosquilleo en el estómago te lo impedía, pero saliste de la cama muy despacio.

Tal como entraste, caminaste lentamente hasta la puerta, lo miraste por encima del hombro y una pequeña risa se escapó de tu garganta. Pellizcaste fuerte tu brazo, apretando los ojos y cerrando la boca. Cuando te serenaste, saliste de la habitación dejando la puerta tal como la encontraste.

Al llegar a tu cama, tomaste aire profundamente mientras te sentabas. Hiciste una pose de yoga para calmarte, pero tu pequeña travesura te desconcentraba, provocándote una risa ahogada. Te tumbaste boca abajo, rompiendo a carcajadas al recordar cómo le dejaste la cara.

TRES HORAS MÁS TARDE.

Suguru comenzó a mover los párpados. El picor en los ojos incomodaba su sueño y se pasó los dedos frotando con suavidad. Se movió, colocándose boca abajo. Los ruidos de los fuegos artificiales no le permitían seguir durmiendo y exhaló agotado, renegando de los "monos". Despegó un ojo y miró hacia fuera de la ventana; aún era de noche. Por casualidad, notó una mancha en las sábanas blancas. Frunció el entrecejo, apoyó el peso de su cuerpo en las manos y se levantó ligeramente, parpadeando varias veces para procesar lo que sucedía. Le hormigueaba el párpado y se sentó en la cama, doblando las piernas sin entender por qué le picaba tanto la cara.

Preocupado, se levantó, prendió el interruptor detrás de la puerta y entró al baño. Cuando se acercó al espejo, se miró y descubrió la razón, apretando con fuerza los puños.

Tenía pintura blanca en todo el rostro. Sus labios estaban excesivamente pintados de un tono verde, simulando una enorme sonrisa que se extendía hasta las mejillas. Los párpados y el orbe de sus ojos tenían pintura negra, y también había pintura roja en la punta de su nariz, parecida a la de un payaso.

Se miró con ojos fulminantes y llenos de ira, provocando que el espejo se rompiera. Respiró pesadamente, su pecho subía y bajaba mientras controlaba su energía maldita que comenzaba a cubrir todo su cuerpo.

Sabía quién era el autor de este "atentado".

Así es, fuiste tú.

.

.

.

INFELIZ MATRIMONIO. [#PGP2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora