No quiero ofender a nadie con esta historia, si no estas deacuerdo con los temas de religion o simplemente con la historia en general, te invito a no leer mi historia y si lo haces por favor no dejes malos comentarios
En una taberna sumida en la penumbra, donde las sombras se enroscaban en las paredes y los murmullos de los parroquianos formaban un murmullo constante, una figura femenina destacaba entre la multitud. Su presencia irradiaba un aura de misterio, un magnetismo que atrapaba las miradas curiosas y despertaba la imaginación de quienes se encontraban presentes. Aquella mujer, Eva, parecía ajena al bullicio que la rodeaba, absorta en sus propios pensamientos mientras su mano jugueteaba con el borde de una copa de vino tinto.
El camarero, un hombre curtido por los años y con una mirada llena de desprecio y disgusto, observaba a Eva con un gesto de repugnancia apenas disimulado. Era consciente de la reputación que precedía a esa mujer, la conocida como la "pecadora original", y no tenía intención alguna de ocultar su aversión hacia ella.
—La llaman pecado original —murmuró el camarero con voz áspera, dirigiéndose con desgana al cliente más cercano, como si el simple hecho de pronunciar esas palabras le provocara náuseas—. Es el primer chivo expiatorio cuando se instala el problema.
El hombre asintió con gesto comprensivo, aunque en sus ojos brillaba una chispa de desprecio. Todos en la taberna conocían la historia de Eva, la mujer cuyo nombre había quedado grabado en los anales del tiempo como el símbolo máximo del pecado y la tentación. La narrativa antigua hablaba de una fruta prohibida y una serpiente astuta, de la caída del paraíso y el exilio de los primeros humanos. Pero la historia de Eva trascendía las páginas de los libros sagrados; era una metáfora, un arquetipo que perduraba en el inconsciente colectivo.
Sin embargo, en aquel momento, Eva no era más que una mujer solitaria, una sombra entre sombras, contemplando el líquido carmesí que danzaba en su copa con la misma melancolía con la que se contempla el ocaso de un día agotador.
Su historia se remontaba a tiempos inmemoriales, a un jardín donde los susurros del viento se mezclaban con el aroma embriagador de las flores y la frescura del rocío matinal. Allí, bajo la sombra de un árbol cuyas ramas se alzaban hacia el cielo como súplicas silenciosas, Eva había probado el fruto prohibido, desafiando las órdenes divinas y abrazando el conocimiento prohibido. Aquel acto de rebeldía había sellado su destino y el de toda la humanidad, condenándola a cargar con el peso de su "pecado original" por toda la eternidad.
Pero ahora, en esta era moderna donde los mitos y las leyendas se desvanecían ante el brillo frío de la razón y la ciencia, Eva seguía siendo una paria, una marginada en un mundo que la juzgaba sin conocerla verdaderamente. Era madre de millones pero reina de ninguno, una figura solitaria que vagaba por los márgenes de la sociedad, buscando redención en el fondo de una copa de vino.
La gente susurraba a sus espaldas, lanzando miradas furtivas cargadas de juicio y condena. Algunos la veían como una tentadora, una arpía disfrazada de mujer seductora cuya belleza era tan peligrosa como el veneno de una serpiente. Otros la consideraban una mártir, una víctima de las circunstancias cuyo destino había sido sellado mucho antes de que ella naciera.
Pero Eva no prestaba atención a los murmullos de la multitud. Había aprendido a vivir con el peso de su pasado, a aceptar su papel en el gran drama de la humanidad. Bebía en solitario, sumida en sus propios pensamientos, mientras el mundo seguía girando a su alrededor, indiferente a su dolor y su sufrimiento.
El camarero se acercó a ella con paso vacilante, como si temiera despertar a un animal dormido. Colocó otra copa frente a ella, sin decir una palabra, y se retiró con la misma discreción con la que había llegado. Eva levantó la mirada, encontrando los ojos fríos y despectivos del hombre que la observaba desde la barra.
—¿Qué ves cuando me miras? —preguntó ella, rompiendo el silencio que los envolvía.
El camarero la miró con asco, como si el simple hecho de dirigirle la palabra le resultara repugnante.
—Veo a una mujer despreciable, una serpiente que envenena todo lo que toca —respondió con voz ronca, apenas conteniendo el desprecio que sentía hacia ella.
Eva bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras del camarero como una losa sobre sus hombros. Sabía que no podía escapar de su pasado, que estaba condenada a cargar con el estigma de su "pecado original" por toda la eternidad. Pero eso no significaba que tuviera que soportar el desprecio de los demás, la mirada de juicio y condena que la seguía a dondequiera que fuera.
—Gracias —murmuró, con voz apenas audible, antes de levantarse de la mesa y abandonar la taberna, dejando atrás el desprecio y la amargura que la habían envuelto durante tanto tiempo.
El camarero la observó alejarse con una mezcla de alivio y desdén, sintiendo que había hecho justicia al expresar abiertamente su aversión hacia ella.
Eva salió de la taberna, dejando atrás el murmullo constante de los parroquianos y el desprecio del camarero. El aire nocturno estaba cargado de humedad y el olor a tierra mojada le recordó los días en el Jardín, aunque aquellos recuerdos eran tan lejanos que apenas parecían reales.
Recorrió las calles adoquinadas con pasos lentos, sintiendo el frío de la noche calar en sus huesos. La ciudad dormía, y las sombras de los edificios se alargaban, creando un paisaje casi onírico. Los faroles de gas parpadeaban, proyectando una luz trémula que apenas lograba vencer la oscuridad.
Eva se detuvo en un pequeño parque, donde una fuente de piedra dejaba caer agua cristalina en un estanque. Se sentó en un banco cercano, observando el reflejo de las estrellas en el agua. El mundo moderno, con toda su tecnología y avances, no había logrado borrar la soledad que sentía en su corazón.
De pronto, una voz suave rompió el silencio.
—Eres más de lo que ellos piensan, Eva.
Eva levantó la vista y vio a una mujer de cabello oscuro y ojos brillantes, vestida con una túnica que parecía flotar a su alrededor. La mujer se acercó y se sentó junto a ella, su presencia irradiando calidez y comprensión.
—¿Quién eres? —preguntó Eva, su voz apenas un susurro.
—Soy Lilith —respondió la mujer, con una sonrisa enigmática—. Nosotras dos tenemos historias que se entrelazan, aunque han sido contadas de maneras muy diferentes.
Eva asintió, recordando vagamente las leyendas sobre Lilith, la primera mujer creada antes que ella, y cómo había sido demonizada por su deseo de igualdad y libertad.
—Ambas hemos sido juzgadas y condenadas por desobedecer —continuó Lilith—. Pero eso no nos define. Somos más que las historias que cuentan sobre nosotras.
Eva sintió una chispa de esperanza en el corazón. Había pasado tanto tiempo luchando contra el juicio y el desprecio de los demás que había olvidado que no estaba sola en su lucha.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó, buscando en los ojos de Lilith una respuesta.
—Podemos seguir adelante —respondió Lilith—. Podemos encontrar fuerza en nosotras mismas y en las conexiones que hacemos con los demás. El mundo puede ser cruel, pero también puede ser hermoso. No estamos condenadas a vivir en soledad y desdén. Podemos cambiar nuestras historias.
Eva tomó la mano de Lilith, sintiendo una conexión profunda y reconfortante. Juntas, se levantaron del banco y caminaron por el parque, dejando atrás las sombras y el desprecio. El camino hacia la redención y la aceptación sería largo y arduo, pero por primera vez en mucho tiempo, Eva sintió que no tendría que recorrerlo sola.
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Espero les guste la historia
¿Creen que acabara bien?
¿Ellas podrán estar juntas sin miedo?
¿Seguirá habiendo prejuicio hacía ellas?
____M0RTEM____
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Condenadas
Historical FictionEn una taberna sumida en la penumbra, Eva, la mujer conocida como la "pecadora original," lucha contra el desprecio y la soledad en un mundo que jamás ha dejado de juzgarla. Aislada y sumida en sus propios pensamientos, Eva se enfrenta a un constant...