Lucía se encontraba en su habitación, rodeada por las sombras de la noche y el eco de sus propios sollozos. El dolor la abrumaba, cada lágrima era un recordatorio de la pérdida que acababa de descubrir.
Con manos temblorosas, tomó su teléfono y marcó el número de Samuel. El sonido del tono de llamada resonaba en la habitación, pero no había respuesta. Intentó nuevamente, y otra vez, pero el resultado fue el mismo: silencio.
El pánico la invadió. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo de su casa, con lágrimas deslizándose por sus mejillas. Buscó desesperadamente a Samuel en cada calle, en cada esquina, pero él no estaba en ninguna parte.
Exhausta y desconsolada, se detuvo en seco al ver a Ximena caminando hacia ella. Su amiga parecía preocupada, pero Lucía apenas podía mantener la compostura.
**Lucía:** ¿Qué pasa, Ximena? ¡No puedo encontrarlo! –exclamó, su voz quebrándose por el dolor.
Ximena la miró con compasión y ternura, pero antes de que pudiera decir algo, Lucía estalló en un torrente de palabras.
**Lucía:** ¡Mis padres son unos estúpidos! ¡Me mintieron sobre Samuel! Dicen que está muerto, ¡pero no es cierto! ¡No puede ser cierto!
Las palabras de Lucía se perdieron en el aire, su voz sofocada por el llanto y la angustia. Ximena la abrazó con fuerza, tratando de calmarla.
**Ximena:** Tranquila, Lucía. Entiendo que estés enojada y confundida, pero debes calmarte.
Lucía se apartó bruscamente de Ximena, con los ojos llenos de furia.
**Lucía:** ¡No me digas que me calme! ¡No puedes estar de su lado también! ¡Samuel está vivo, Ximena! ¡Estoy segura de ello!
Sin esperar respuesta, Ximena tomó la mano de Lucía y la arrastró hacia un destino desconocido. Caminaron en silencio, cada paso resonando en el aire nocturno, hasta que finalmente llegaron a un lugar sombrío y lúgubre: el cementerio.
Lucía se detuvo frente a una lápida, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Con manos temblorosas, limpió el polvo de la inscripción y leyó el nombre tallado en la piedra fría: Samuel.
El mundo pareció detenerse mientras Lucía se aferraba a la realidad que se negaba a aceptar. Las lágrimas fluían libremente por sus mejillas mientras recordaba el día en que desconectaron a Samuel del soporte vital, el día en que su mundo se desmoronó.
**Lucía:** ¡No puede ser verdad! ¡No puede ser real! –gritó, su voz ahogada por la desesperación.
Ximena la abrazó con fuerza, ofreciendo consuelo en medio de la oscuridad.
**Ximena:** Lo siento, Lucía. Lo siento mucho. Pero debes enfrentar la realidad. Samuel se ha ido.
Lucía apartó bruscamente a Ximena, sus ojos llenos de ira y desesperación.
**Lucía:** ¡No puedes decirme eso! ¡No puedes! ¡Él no se ha ido, Ximena! ¡Está aquí, está vivo!
Pero a medida que las palabras abandonaban sus labios, Lucía sabía que estaba mintiéndose a sí misma. Sabía que era hora de enfrentar la verdad, por más dolorosa que fuera.
Entre sollozos y lamentos, Lucía se arrodilló frente a la lápida de Samuel, dejando que la realidad la envolviera en su frío abrazo.
**Lucía:** ¡No, no puede ser verdad! ¡No puede haberme dejado así! ¡Lo necesito, Samuel!
Ximena la observaba con tristeza, sabiendo que no había palabras que pudieran consolar el dolor que Lucía estaba sintiendo en ese momento.
**Ximena:** Lo siento mucho, Lucía. Sé que esto es difícil de aceptar, pero debes enfrentar la realidad. Samuel se ha ido, y necesitas encontrar la forma de seguir adelante.
Lucía se volvió hacia Ximena, sus ojos llenos de una determinación feroz.
**Lucía:** ¡No, no puedo aceptarlo! ¡No puedo dejarlo ir! ¡No así!
Con un grito de angustia, Lucía comenzó a golpear la lápida de Samuel, como si pudiera sacudirlo de su eterno sueño.
**Lucía:** ¡No, no, no! ¡Necesito que estés aquí! ¡Necesito tus abrazos, tus palabras, tu amor!
Cada golpe resonaba en el silencio de la noche, el sonido sordo de su desesperación llenando el aire.
**Ximena:** ¡Lucía, detente! ¡Te estás lastimando!
Pero Lucía no escuchaba, perdida en su dolor y su negación. Golpeó la lápida una y otra vez, hasta que sus manos estaban ensangrentadas y temblorosas.
Finalmente, exhausta y agotada, Lucía se derrumbó en el suelo, sus lágrimas mezclándose con la tierra fría.
**Lucía:** Lo siento, Samuel... Lo siento mucho...
Ximena se arrodilló a su lado, envolviendo a Lucía en un abrazo reconfortante.
**Ximena:** Está bien, Lucía. Está bien llorar. Pero debes prometerme que buscarás ayuda. No puedes enfrentar esto sola.
Lucía asintió débilmente, sintiendo un agotamiento abrumador inundar cada fibra de su ser. Se dejó llevar por el consuelo de Ximena, sabiendo que el camino hacia la curación sería largo y difícil.
Mientras tanto, en la oscuridad del cementerio, las sombras se cerraban sobre la tristeza de Lucía, envolviéndola en su frío abrazo.
El duelo había comenzado, y solo el tiempo diría si alguna vez encontraría la paz que tanto anhelaba.
ESTÁS LEYENDO
"Sombras y Destellos"
RomantikEn "Sombras y Destellos", seguimos la historia de Lucía, una joven de 18 años que, en una fiesta, conoce a Samuel, un hombre misterioso y carismático de 25 años. A través de miradas y sonrisas, comienzan una conexión inesperada que los lleva a larga...