Era un día gris, nublado, frío y sin vida. Gerart marchaba con prisa, atravesando el sendero lodoso a grandes zancos. Pequeñas gotas de lluvia caían sobre su rostro a medida que el temporal crecía en las alturas. Había caminado muchas horas sin descanso, y varias millas más adelante, llegó a su destino.
Un pueblo mediocre y sin rey que lo gobernara, se levantaba infeliz en medio de un valle, donde los árboles marchitos y las tierras sin cultivo, se extendían a muchas leguas, como si una maldición en verdad se hubiera propagado en aquel sitio. El viento soplaba al este y arrastraba las nubes oscuras que poco a poco se iban alejando. Gerart se detuvo. El Trasgo Hendido era un lugar repugnante: un antro de mala muerte donde delincuentes y gente sin escrúpulos, se resguardaban como ratas en una alcantarilla, bebiendo y fumando, o planeando sus inmundos quehaceres, cosa que hacían cada vez que podían.
Empapado como estaba, entró de golpe a la taberna. Vestía una armadura negra y poco lustrosa, botas marrones, y una capucha oscura y desaliñada. Acaparó las miradas de inmediato, y los murmullos, y los susurros, no tardaron en llenar el lugar. Observó a su alrededor, y después de una breve pausa, buscó un sitio donde sentarse. Finalmente se dejó caer sobre una silla, cerca de la ventana, al fondo de la habitación.
Rebecca, la tendera, dejó de barrer y rápidamente se acercó a la mesa donde él reposaba.
—¡Buenas tardes! —dijo la joven—. ¿Desea algo de tomar? —preguntó al final. Rebecca era delgada, de cabello cobrizo y ondulado, de ojos grandes, claros y expresivos. Cuando sonreía, sus mejillas se sonrojaban y dejaba al descubierto sus grandes dientes blancos, que más parecían a los de un conejo de campo.
—¡Una jarra de cerveza, si a vos no os importa! —dijo Gerart, que enseguida metió sus manos en los pantalones, sacó una pipa para tabaco y la encendió.
—¡De inmediato! —dijo la muchacha, quien rápidamente se dirigió a la bodega para echar en una jarra una pinta de cerveza, que luego depositó sobre la mesa. Después dio media vuelta y regresó a sus quehaceres.
No había pasado mucho tiempo cuando de repente, cinco hombres, totalmente ebrios, entraron de sopetón a la taberna. Entre risotadas e insultos, se acomodaron cerca de la barra, y entre farfullos y un mal hablar propios de los hombres de la región, pidieron varias botellas de vino. Cuando Rebecca colocó sobre el mesón las copas y las botellas, de improvisto, uno de los hombres la sujetó por el brazo.
—¡Qué linda eres en verdad, Rebecca! ¿Por qué no te quedas un rato más con nosotros? —le dijo Lucian, con una voz áspera y atorrante.
La joven tiró de él, pero no pudo liberarse.
—¡Suéltame! —reclamó molesta.
—¡No irás a ninguna parte! —refutó el hombre, jalándola con fuerza y tumbándola sobre la mesa.
Sus compañeros reían y aplaudían, gozaban y chiflaban, pero nadie se levantó, ni tampoco refutaron nada.
—¡Vamos Rebecca, juguemos un rato! —dijo esta vez, mientras manoseaba y palpaba el cuerpo virgen de la muchacha, que gritaba y sollozaba de la rabia.
—¡Ya es suficiente! —dijo una voz por allá.
Todos se detuvieron enajenados y miraron a su alrededor.
—¿¡Y quién diablos te crees!? —dijo uno de ellos.
Gerart entonces se incorporó y con pasos firmes, se acercó a la mesa donde aquellos hombres estaban.
—¡Suéltenla! —advirtió, con un tono de voz grave y fuerte.
Los hombres se rieron y lanzaron maldiciones, y escupieron en sus botas.
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LAS SOMBRAS DEL OBLIVION
FantasyLa historia se centra en Haland, un Soldado de la Guardia Real, cuyo padre, el Rey, fue asesinado por una secta llamada La Orden Negra, un culto clandestino que busca desesperadamente invocar al Señor Oscuro Mâlakar, un ser siniestro y perverso que...