Un auto negro se detiene a una distancia prudente de los contenedores. Era un lugar que no estaba en el mapa, la tierra más solitaria de Yokohama.
Chuuya baja decidido, y en ningún momento quiere escapar, aunque las gotas de lluvia se multipliquen como los contras sobre su visita a ese lugar. El conductor cambia la rueda y se aleja dejándolo solo bajo la mortal tormenta. Debajo de su paraguas observa el agua caer, y siente la borrasca como el filo de una navaja.
Dazai llevaba algunos días desaparecido y esa tarde faltó a una reunión con Mori.
-Dazai -llama desde afuera pero no recibe respuesta.
Debería tirar la puerta, piensa Chuuya con impaciencia.
-¡Dazai! -insiste, pero nadie contesta.
-¡Dazai, abre la jodida puerta! -gritó, golpeando su puño contra el metal- ¡No soy tu maldita niñera, no tenía por qué venir!
Un leve maullido se escuchó en el interior, pero pronto se convirtió en uno de terror cuando Chuuya abrió la puerta de un patadón. Un gato negro saltó en su dirección y huyó por la puerta recién abierta.
Una ráfaga de viento sacude su cabello y con una mano afirma su sombrero. Todo está en tinieblas y busca a tientas la única lámpara del lugar; la puerta chirría en un escalofrío dejando pasar el viento a giros que levanta las hojas desperdigadas por el suelo.
-¡Dazai! -grita y se acerca al hombre con la cabeza tendida sobre el escritorio.
Con la leve luz encendida siente que lo rebasa la angustia y con el miedo desfigurando su rostro se estremece al pensar que esta vez sí logró su deseo de muerte.
-Dazai... -lo acomoda en la silla. Revisa su pulso, es débil, tiene fiebre y sin pensarlo dos veces saca su celular haciendo regresar el auto encargado por Albatros.
En el suelo hay vidrio, sangre y botellas de whisky goteando. Chuuya se muerde los labios y se le aprieta el corazón al pensar cuántos días lleva su compañero en ese estado.
El castaño suelta un leve gruñido que escapa de su garganta y al despertarse se ve en un profundo océano, mecido en angustiadas y dolorosas olas. Por primera vez, no desea verse reflejado en sus ojos. ¿Estaba alucinando? Quiere tocarlo, y cerciorarse de que es real, pero solo puede mirar el alivio que hay en su mirada con su desgraciado despertar.
-Chu..ya -arrastra las palabras al hablar- Que sorpresa volver a tenerte en mis aposentos.
-¡Joder, Dazai! -le toma el rostro entre las manos mientras escucha el auto estacionar afuera- ¿Eres imbécil? ¿Cómo se te ocurre tomar así?
Dazai no puede responder.
-Necesitas un médico -intenta apoyarlo contra él para caminar- Vamos...
-No necesito ningún médico -se levanta alejándolo y coge una botella del suelo- Solo necesito mi whisky... y a ti.
Tambalea por la habitación cerca de sus límites, y paredes de metal, se apoya contra un rincón de penas con una figura que proyectaba su miseria. Tiene la mente turbia, el pelo sucio y las vendas mal envueltas.
Chuuya decide que ya tuvo suficiente y deja que el vagabundo apoye la mitad de su cuerpo contra él. Chuuya lo ha visto ebrio, beber hasta que el alcohol lo vuelve pedante o simplemente sombrío y en ese estado caminar al borde de altos edificios. ¿Qué tanta cantidad de licor se necesita para dejarlo con las mejillas ardiendo, los ojos brillosos y luciendo tan vulnerable?
Tan humano.
La habitación de Chuuya tenía muy pocos muebles, algunas estanterías, una cama cubierta de sábanas y una pequeña caja fuerte empotrada en la pared.