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Cuando alzo la mirada, veo en Charles la misma expresión que tiene cada vez que va a correr: el ceño ligeramente fruncido, la mandíbula tensa y el desafío tras sus iris azules

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Cuando alzo la mirada, veo en Charles la misma expresión que tiene cada vez que va a correr: el ceño ligeramente fruncido, la mandíbula tensa y el desafío tras sus iris azules. Su postura es calmada, pero cualquiera que le mirase a la cara vería que parece un depredador listo para lanzarse a su presa. A pesar de ello y para mi sorpresa, no parece enfadado por ello, sino al contrario; parece que le gusta el reto, tanto dentro como fuera del circuito.

Verstappen, por su parte, le aguanta la mirada con una sonrisa ladeada, como si aceptase su desafío. Así es el holandés, competitivo y fiero, incapaz de permitir que nada ni nadie le separen de su objetivo. Sin embargo, no termino de saber cuál es la razón de su guerra fría. No creo que Max haya flirteado conmigo con esperanzas reales de lograr algo, ni tampoco pienso que Charles se enfade en serio con uno de sus compañeros y amigos por ello.

Sea lo que sea, prefiero cortarlo antes de que llegue a mayores.

—Ha sido un placer conocerte, Max —digo con una sonrisa sincera antes de girarme para mirar a Charles—. Amor, ¿por qué no empezamos a estirar? Como te hagas daño antes del domingo por una tontería, te mato y probablemente el resto del equipo de Ferrari hará lo mismo.

Charles tarda unos segundos en apartar la mirada de su rival y volver a fijarse en mí, suavizando significativamente el gesto al hacerlo. Por el rabillo del ojo, veo a Max mirándome una última vez antes de volverse hacia delante, pero lo ignoro y le digo a Charles con la vista que lo deje estar.

—¿Este se cree que todo lo que se cruza por su camino le pertenece por derecho o qué? —bufa por lo bajo, haciéndome poner los ojos en blanco un breve instante.

—Charles, solo ha sido un comentario tonto, no le des mayor importancia, ¿vale? Vamos a estirar, que seguro que vuestro entrenador está a punto de llegar.

Él frunce el ceño y siento que estoy mirando a un niño pequeño que se debate entre iniciar una pataleta o dejarlo estar. Parece que mi mirada le termina por convencer porque suelta un resoplido y se coloca sobre su esterilla, siguiéndome mientras estiro. Cuando giro la cabeza al otro lado, Bibiana me está mirando con una ceja alzada significativamente, y no necesito que hable para saber lo que quiere decirme. Si pudiéramos hablar sin que nos escuchasen los chicos, ella ya estaría chillando sobre lo que acaba de ocurrir con Max Verstappen y la posibilidad de que los dos se peleen por mí o alguna locura por el estilo, lo cual yo vería completamente absurdo.

En el mismo momento en el que pongo los ojos en blanco al adivinar los pensamientos que cruzan la mente de mi amiga, escucho un resoplido a mi derecha y veo a Charles prácticamente dislocándose el cuello al mirar hacia atrás. La escena es cómica: el piloto imitándome al estirarme para tocarse las puntas de los pies mientras mira fijamente y con el ceño fruncido a alguien que debe estar detrás de mí.

—Los ojos en tus propios pies, Russell, o te quedas sin ellos —bufa el monegasco y al escucharle, sigo sus ojos para identificar el origen de su irritación.

Todo al rojo {Charles Leclerc}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora