5: Amar con el estómago

497 79 6
                                    


De pronto el chico perdió todo deseo por combatir cuerpo a cuerpo. Se empeñó en no tocarlo ni tocar bocado. Se sentó en el suelo de la sala, a ratos con una expresión de contrariedad, a ratos con una expresión de verdadero odio en sus ojos claros. Al principio Ryomen no le dio demasiada importancia. Era sólo que ya iban dos días enteros de esto. El muchacho no comía, no peleaba y apenas dormía.

El endemoniado frío había vuelto a apoderarse de Ryomen, porque, claro, el chico también se negaba a encender la calefacción. ¿Era ésta una nueva estrategia para mortificarlo y ponerle las cosas difíciles? Porque lo estaba logrando. Ryomen se hartó al tercer día.

Buscó en la alacena de la cocina. Al momento de comer siempre había sido remilgoso y nada le pareció apetecible. Casi todo eran enlatados de importación y cosas extrañas cuyo sabor desconocía. Luego recordó que la comida no era para él, sino para el chico. Necesitaba llenarle el estómago y obligarlo a dormir; percibía la debilidad a través de él.

Comenzó a destapar latas y a oler su contenido. El espagueti con albóndigas le resultó marginalmente tolerable, por lo que ensartó un tenedor en la lata y fue a llevársela al chico, quien estaba sentado en la sala a oscuras.

—Come. —No era una pregunta, ni siquiera una petición. Era una maldita orden y más le valía obedecer.

¿Pero el chico alguna vez hacía caso? El muchacho tomó la lata, la dejó en el suelo y la empujó lejos de sí. Luego volteó el rostro hacia el otro lado.

—Come algo —gruñó Ryomen—. No eres ese tipo de suicida. Te sacrificarías por salvar a alguien, pero no por matar a alguien. Mucho menos a ti mismo... No te odias lo suficiente. Lo sé.

Se acuclilló junto al chico y tomó la lata. Consideró el tenedor por un momento; al final lo descartó, seguro de que alguno de ellos terminaría con él enterrado en un ojo. Pescó una albóndiga con los dedos y trató de hacerlo comer a la fuerza. Yuji, cómo no, se resistió. Giró el rostro, apretó la mandíbula e intentó patearlo. Ryomen salvó la lata de una de esas patadas, pero la albóndiga entre sus dedos se partió y cayó al suelo. Le quedaron dos gramos de carne y un manchón de salsa en los dedos. Tomó otra albóndiga.

Si Yuji creía que podía aniquilarlos a ambos matándose de hambre estaba muy, muy equivocado.

Le apretó la quijada, quizá con mayor fuerza de la necesaria, y lo obligó a abrir la boca.

—¡Suéltame! —gritó el chico.

Ryomen le metió la comida en la boca.

Yuji lo mordió. Tenía que morderle los dedos, ¿o no? Era casi un fetiche suyo. Ante eso, Ryomen sintió el impulso de dejarse morder, meterle los dedos hasta la garganta, volver a él, estar dentro de él, ser uno con él. Se dejaría devorar y desde adentro lo devoraría.

El muchacho forcejeó y escupió la comida.

—Maldita sea, Yu...

—¡Deja de llamarme así!

Al final pateó la lata. En el piso quedó una mancha en forma de abanico. Salsa roja, espagueti y carne. A Ryomen se le ocurrió que podría ser la sangre del chico y sus intestinos. Se sintió tentado. Le estaba colmando la paciencia. ¿A qué hora iba a cortejarlo si estaba ocupado tratando de hacerlo comer?

Decidió que ya había tenido suficiente. ¿El mocoso no quería comer? Bien. Él comería por ambos. Se puso en pie con toda la dignidad que fue capaz de conjurar (la cual era bastante) y regresó a la cocina.

Reconsideró las latas y eligió una sopa Campbell. No había comido nada desde que encarnara y le indignó que su primer alimento fuese una lata de pollo y fideos. A pesar de los pesares, se sentó ante la barra de la cocina y comió. Se terminó todo. Luego siguió con una lata de macarrones con queso. Tenían un sabor despreciable.

Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora