Las primeras semanas posteriores al incidente fueron agonizantes.
El periodo de incapacidad era una mierda eterna; Matías hubiera preferido mil veces salir del hospital directo a su cargo. O no haber salido nunca.
El tiempo no tenía medida. Lento, goteando. En especial las noches, siniestramente oscuras. Noches donde sus pensamientos se volvían fantasmas que lo atormentaban, le impedían dormir.
Cerca de las dos de la mañana. Estaba incómodamente recostado en el sofá, el único sonido de sus dientes rechinando llenando sus oídos; Enzo no debía tardar en llegar, o eso creía. Mientras, no podía dormir, esmerado en dedicarse a esperarlo.
No tenía hora fija de llegada. A veces era temprano, a veces no tanto. Su horario era inestable, considerando su cargo exigente.
Ese día, en particular, lo último que recibió de Vogrincic fue al rededor de las doce, preguntando si pensaba almorzar. Pero luego ignoró su respuesta, y otro mensaje que le envió a las tres. Y el de las cinco, y el de las ocho.
O quizá no; ignorar era una palabra muy fuerte. El alfa estaba demasiado ocupado últimamente. Y Matías debía dejar de ser una distracción.
Pero quería serlo. Algo dentro se lo pedía, la manera en que le rasgaba el pecho empezaba a ser irritante. Ya no lo podía controlar.
"¿Por qué tan tarde?". Prácticamente atacó en cuanto abrió la puerta, bajo el marco.
Había escuchado las llaves; ni siquiera le dió oportunidad de meterla a la ranura.
"No hay tráfico a esta hora". Y se anticipó a cualquier excusa.
Enzo lo miró impasible, sus ojos aletargados; se limitó a contestar, apartándolo para entrar y huir del frío terrible del exterior. Dentro igual estaba frío; ellos estaban fríos.
No sabía qué era peor.
"Me quedé más rato". Contestó simple, caminando por el salón.
Su chaqueta acabó en el sofá, resbalando hasta tocar el vitropiso en un ruido sordo. Matías apenas le prestó atención, siguiéndolo con las manos apretadas. Esperando una respuesta sensata.
Eso y una bobada; hacía más de una semana, o quién sabe qué tanto, que ya no recibía un beso suyo.
Lo olvidaba, supuso, y se olvidaba de él.
"¿Para qué?"
"Porque, ¿me ocupo?". De nuevo, le hablaba como si fuera estúpido.
Las preguntas eran agobiantes. Enzo ignoró la rabia pesada plagando a su al rededor, desabotonando los primeros botones de su camisa. Instintivamente miró hacia donde la cocina, después al alfa, buscando algo en él qué no podía ver.
"¿Cenaste?". Matías lo ignoró esta vez, como venganza o una respuesta silenciosa que hizo burbujear su enojo. "¿Tengo que estar atrás de ti para que hagas las cosas?"
Lo siguió por las escaleras, los escalones interminables hacia una cama vacía, hasta que lo tomó del brazo. No sirvió de mucho, Matías se deshizo de su agarre con un forcejeo.
Odiaba que lo sujetara así.
"¿Dónde estabas?". Insistió, con una brusquedad innecesaria, volteando a su vez.
"Trabajando, ¿dónde más?". Enzo estaba confundido, pero la irritación empezó a relucir en sus ojos.
Recalt lo miró con la misma molestia, a la defensiva. Aunque casi inmediatamente su reacción cedió; su mirada se suavizó, a punto de quebrarse.
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