Bajo la lluvia

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Algo grave le había pasado, lo sabía por la angustia que notó en su voz

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Algo grave le había pasado, lo sabía por la angustia que notó en su voz. Ni siquiera le avisó a André, simplemente salió disparada del cóctel. Como pudo tomó un taxi y se dirigió a la dirección que él le había mandado. La suerte no estaba de su lado, pues la lluvia y sus tacones impedían que pudiese correr como le hubiera gustado.

Cuando vio un auto negro mal estacionado de inmediato se acercó; la puerta estaba abierta y él estaba sentado en la banqueta con la mano apoyada en los ojos.

—¡Armando! —lo llamó con preocupación y al escucharla apartó la mano para tratar de verle. —¿Qué tienes? —preguntó de prisa.

—Nada, solo...

Había tratado de conducir por su cuenta y el resultado había sido un terror que le carcomió hasta las entrañas. Hubo avanzado un par de kilómetros cuando sus manos comenzaron a temblar, poco a poco la garganta se le cerró y el oxígeno le faltó. De inmediato frenó y entonces, por instinto le llamó a ella. Al salir del auto trató de tomar varias bocanadas de aire, pero fue inútil, el pecho se lo aplastaban. Poco importó que estuviera lloviendo, pues el contraste frío de ésta le vino bien. Al final terminó sentado en la banqueta esperando que su respiración volviese a la normalidad.

—Deja consigo un taxi. Hay que ir al hospital — dijo con voz temblorosa, estuvo a punto de moverse cuando él la detuvo con ligereza del brazo, ella le miró con preocupación y él solo negó.

—Va a pasar.

—¿Estás seguro? —Él asintió. 

—Te estás mojando, entra al carro.

—No te voy a dejar aquí, estás empapado.

De inmediato lo ayudó a ponerse en pie. Cuando estuvieron dentro, trató de reclinar su asiento sin mucho éxito, las manos le temblaban más de lo que le hubiese gustado, con cuidado le tocó la frente cerciorándose que no tenía fiebre, se veía mal y a juzgar por la mirada tan lejana que tenía le pareció ver que algo le incomodaba, quiso decir algo, pero no encontró las palabras adecuadas por lo que optó por el silencio.

El tiempo avanzó y poco a poco el ceño fruncido de él pareció relajarse hasta que cerró los ojos.

Nuevamente sus manos estaban aferradas a la piel del volante, el latir de su corazón resonaba con fuerza en todo el vehículo. 

—... Lástima que es una mustia —escuchó de la voz de Ricardo.

Como si se tratase de un eco profundo aquellas palabras sonaron una y otra vez mientras se distorsionaba. El sonido de una notificación le desconcertó, con cuidado bajó la mirada para ver de qué se trataba, pero de inmediato el motor del auto se aceleró, de prisa pisó el freno para detenerlo pero nada sucedió.

—Armando.—Escuchó de una suave voz lejana.— ¿Armando? ¡Armando!

De golpe abrió los ojos encontrándose con el rostro preocupado de Betty.

¿Quién eres? || Betty en NYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora