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Kakashi estaba caminando por una parte del frondoso bosque de Konoha por la que nunca se le hubiera ocurrido ir por su cuenta sin una razón. Pero aquí estaba, caminando con la cara prácticamente enterrada en su libro al igual que lo estuvo haciendo los últimos meses.

Ahora ya sabía por qué o mejor dicho por quién sintió la necesidad de ir aquella primera vez y por la cual actualmente lo convirtió en un hábito. Había un niño interesante en ese lugar y aunque hasta el momento nunca vio su rostro y apenas escuchó su voz sabe que él es ese chico que recordaba cada vez que tenía contacto con los ANBU de Danzo.

Si bien su rostro es indistinguible en su memoria y su voz es la de un adolescente y a veces un adulto, está seguro que el niño que entrena en esa parte del bosque es la misma persona.

Y sentir cariño por alguien que no conoce realmente es extraño, pero no quiere perder la oportunidad de relacionarse con él en esta vida porque está seguro que podrían ser cercanos.

Éste día el niño solo lo saluda con un gesto de asentimiento con la cabeza y sigue leyendo pergaminos cuando ve a Kakashi caminar por la zona. Ese gesto es un gran avance en comparación a su primeros encuentros en los que prácticamente huía y los siguientes en los cuales lo ignoró por completo. Claramente sigue siendo cauteloso pero no lo ve como una amenaza activa.

Kakashi acomodó su bufanda verde y la capa que lo cubría agradeciendo los rayos de sol, en estos días fríos resentía un poco el uniforme ANBU.

—¿No creés que el invierno fue bastante cruel este año pequeño Anbu-san?— dijo perezosamente sabiendo que no recibiría respuesta.

Estaba sentando en el suelo y con una distancia considerable entre ellos. Sí guardaba esta distancia y no insistía en una conversación el chico se quedaba más tiempo del habitual releyendo sus pergaminos y a veces mirándolo cuando creía que Kakashi no se daba cuenta.

Kakashi estaba bien con pasar un par de horas en compañía sin hablar, no era fanático de conversaciones profundas después de todo.

En realidad podría estar horas con su grupo de amigos cercanos y apenas hablar. No porque fuera antipático o estuviera particularmente incómodo, sino porque disfrutaba de la compañía sin la necesidad de esforzarse en intentar poner en palabras lo que sentía para intentar agradar.

Los que eran cercanos lo conocían lo suficiente para estar cómodos con él sin presionar conversaciones ni contacto o entendían la indirecta cuando sacaba algún libro y fingía leer con mucha atención.

Así que era agradable hacer esto. En estos momentos podía fingir que todo estaba bien cuando la realidad era que no estaba logrando dormir y que cuando sí se despertaba con ataques de ansiedad.

Cuando comenzó a hacer ésto también había comenzado a pasar la noche en el cuartel. No quería ir a casa y despertar a su familia a mitad de la noche por estar teniendo un ataque de pánico o alucinando que sus manos están manchadas de sangre y que en sus intentos de limpiarlas terminara sollozando.

Había cumplido dieciséis años hace casi tres meses, ya no podía arrastrar a Gai a su cuarto para que lo acompañara por las noches ni escabullirse en la habitación de Dai.

Y aunque sus ninken lo ayudaban, se sentía mal el necesitar esa ayuda para lograr dormir un poco, además de estar estresando a los ocho perros.

Hasta ahora había tenido un método de afrontamiento con el cual pasaba tiempo con su familia en su nido rodeado de cosas y aromas que le daban consuelo y seguridad. Los retos tontos que hacía con Gai también eran cosas que lo habían hecho sentir que no todo era malo, pero ese comportamiento era algo particular entre los ANBU.

Reiniciando (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora