Capítulo 2

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Glenley era un pueblo relativamente pequeño si se trataba de tamaño, aunque su atractivo no estaba en el número de hogares o de personas, sino en la clase dominante que lo ocupaba. Era un territorio de guerreros y el abuelo de Eilidh resultó ser lord Gregor Alexander MacAuliffe, uno de los guerreros legendarios del reino, merecedor de los máximos honores y títulos tras culminar la última guerra, hacía veinticinco años.

Si bien era un hombre mayor, también era imponente y firme. Examinó a Ashton con cuidado, fijándose en su ropa cubierta de sangre y barro, su caballo bien cuidado y la pequeña niña que aferraba la mano de él.

–Eilidh, ¿qué estás haciendo? –inquirió en tono áspero–. Suéltalo.

–Abuelo, pero, primero...

–¡Eilidh MacAuliffe, ahora! –ordenó y miró a uno de los sirvientes que estaban cerca–. Llévatela adentro.

–De inmediato, señor –hizo una torpe reverencia, antes de tomar a la niña en brazos y desaparecer rápidamente.

–¿Quién se supone que eres y por qué tenías a mi nieta en tus brazos?

–Lord MacAuliffe, yo...

–¿Me conoces? –inquirió, con profunda sospecha en su voz.

–Sí. Lo he visto en torneos –reconoció Ashton. MacAuliffe arqueó una ceja, ligeramente impresionado. No cualquiera podía asistir a los torneos, al menos, no a los que Gregor MacAuliffe estaba invitado.

–De acuerdo. ¿Quién eres?

–Ashton Wilhelm...

–Un nombre particularmente largo para alguien tan... pequeño –declaró desdeñoso, sin permitirle terminar.

–Bueno, sí que soy el menor de mi familia –curvó la comisura de su labio, divertido. Lord MacAuliffe no apreció la broma–. Disculpe interrumpir esta agradable charla, pero dado que le he entregado a su nieta, debo marcharme ahora.

–¿Marcharte? ¿Por qué piensas que permitiré algo semejante? Tú, Ashton Wilhelm lo que sea, estás detenido por la muerte de mi hijo y su familia –miró a los guardias–. Llévenlo al calabozo.


***


¡Perfecto! Ahora sí que todo estaba en su lugar. Lo enviaban por ayuda y él terminaba en un calabozo, inútil para todos los propósitos e, irónicamente, en el lugar más propicio para encontrar ayuda. ¿Por qué a él?

–¿Quién eres? –Ashton miró al joven frente a sí. No aparentaba más que su edad, quizá mayor por dos años o tres, pero traía una distintiva insignia. Era un guerrero. ¿Por qué estaba ahí?–. ¿Por qué estás aquí?

–Iba a preguntar exactamente lo mismo. ¿Quién eres tú?

–Tú no estás en condición de hacer preguntas –contestó con arrogancia. Ashton le brindó una sonrisa burlona, divertido. El joven le asestó un puñetazo en el estómago–. ¿Sigue siendo divertido?

–¿Se suponía que dejó de serlo? ¿En serio, eso es lo mejor que puedes hacer? –replicó, aunque tenía apenas aliento para hacerlo. Los ojos azules del joven brillaron amenazantes.

–Kyan, deja eso.

La orden había sido dada por el hombre que abrió la puerta. Para su sorpresa, volvía a ser Gregor MacAuliffe quien se presentaba en el calabozo en que lo habían encadenado y encerrado. Echó una breve mirada y lo ignoró.

–Lord MacAuliffe –saludó Kyan con solemnidad. El hombre asintió y siguió hasta Ashton.

–Bien, ¿hablarás ahora? –inquirió MacAuliffe. Ashton elevó sus ojos, desafiante.

Solo una promesa (Drummond #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora