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Estaba tumbada tranquilamente con mi perrita Lana, disfrutando de uno de nuestros programas de televisión favoritos. La calidez de su cuerpo junto al mío me brindaba una sensación de paz y seguridad. De repente, la pantalla se oscureció y la habitación quedó en penumbras. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al escuchar el zumbido de los aparatos apagándose.

Extrañada, me levanté lentamente, tratando de no asustar a Lana. Cogí una linterna del segundo cajón de la encimera del salón, con las manos temblorosas. Cada crujido de la casa se amplificaba en la oscuridad, y mi corazón latía con fuerza. Bajé al garaje a comprobar el cuadro de luz, intentando mantener la calma.

Al llegar al garaje y abrir el cuadro de luz, sentí un nudo en el estómago. Los fusibles no habían saltado. ¿Qué estaba pasando? Subí las escaleras de vuelta al salón, sintiendo la opresiva oscuridad alrededor. En cuanto entré, las luces comenzaron a parpadear, lanzando sombras siniestras por toda la habitación. Mi respiración se volvió errática y un sudor frío comenzó a cubrir mi piel.

—Malditas bombillas, ya ni me duran —me dije, intentando racionalizar lo que estaba sucediendo.

Cuando las luces se encendieron, mi boca se secó de repente. Las paredes y muebles estaban cubiertos de profundos arañazos, como si algo salvaje hubiera pasado por allí. Sentí una creciente sensación de pánico apoderarse de mí. Antes de que pudiera procesar lo que veía, las luces volvieron a parpadear. Entonces, un fuerte, agudo y desgarrador aullido rompió el silencio, seguido de un golpe seco que hizo eco en mis oídos.

El miedo me paralizó por un segundo, pero luego empecé a correr hacia la puerta de la habitación, tropezando con algo invisible en el suelo y cayendo de bruces. Sentí un dolor agudo en mis rodillas, pero fue la visión de mis manos cubiertas de sangre lo que me hizo gritar. Unos sudores fríos recorrieron mi cuerpo y mi mente se llenó de horror.

Tragué saliva con dificultad y, temblando, giré lentamente la cabeza para ver de dónde provenía la sangre. El cuerpo inerte de mi perrita Lana yacía allí, sin vida. Un dolor indescriptible atravesó mi pecho, y las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. El dolor y la desesperación me hicieron sollozar sin control mientras intentaba procesar la terrible realidad.

Desesperada por salir de la casa, me levanté tambaleante y corrí hacia la puerta. Las luces volvieron a centellear tras de mí, creando un patrón caótico de luces y sombras que aumentaban mi pánico. No podía pensar en otra cosa más que en escapar de aquel lugar maldito.

Logré alcanzar la puerta, pero al intentar abrirla, sentí un dolor punzante en la espalda, como si algo metálico me hubiera arañado. El dolor me cortó el aliento y caí al suelo, sintiendo cómo la vista se me nublaba completamente. La oscuridad me envolvió, y el mundo se desvaneció.

De repente, me desperté con un sobresalto en el sofá, jadeando y empapada en sudor frío. Lana seguía a mi lado, mirándome con preocupación. Mi corazón latía desbocado mientras intentaba calmarme. Me tomó un momento darme cuenta de que todo había sido un sueño. Respiré hondo, tratando de convencerme de que estaba a salvo.

Miré a mi alrededor, reconociendo el familiar entorno de mi salón. Con manos aún temblorosas, cogí el mando de la televisión para apagar el programa. Pero al apretar el botón de apagar del mando, las luces comenzaron a parpadear de nuevo. Mi corazón se detuvo un instante, y el terror volvió a apoderarse de mí. ¿Era esto realmente el final del sueño, o apenas el comienzo de otra pesadilla?

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⏰ Última actualización: Jun 08 ⏰

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