"Un cínico es un hombre que, cuando huele flores, busca un ataúd alrededor."—Henry- Louis Mencken
Los guardias de seguridad abrieron las rejas para dejarme pasar a la propiedad de Russell; avancé en la camioneta lentamente hasta la entrada; no tenía planeado ningún discurso de disculpas por mi desaparición, pero tampoco pensaba reclamarle por nada de lo ocurrido, lo que menos necesitaba era otra pelea, suficiente era con el drama que había vivido con Margaret y ahora también con Lía.
Lía… Joder.
No podía sacarme de la cabeza sus bellos ojos, sus carnosos labios jugueteando contra mi boca lográndome llevar al puto paraíso con un solo roce; yo mismo había firmado mi sentencia al probarla.
Desde que la había visto en persona me había hechizado, un sentimiento que quise reprimir con todas mis fuerzas y ahora mismo me explotaba en la cara.
Por más que me había fascinado y dejado sediento de más, el sentimiento de culpa estaba bien clavado en mi pecho. No solo le había fallado a Margaret, le había fallado a mis principios y todo lo que siempre había creído correcto. Siempre defendí la idea de que todos somos más que nuestros instintos, más que nuestros impulsos y ahora me había fallado.
Mi cabeza lidiaba con la culpa y el gran enojo acumulado en mi pecho, no sabía bien lo que sentía pero no era un problema… Tenía que actuar con la cabeza.
Me estacioné fuera de la entrada de Russell y enseguida su mayordomo abrió la puerta de la entrada principal para esperarme, apague la camioneta, saliendo sin prisa, subí las escalinatas hasta donde ya me esperaban.
Di un suspiro largo, aceptando mi destino.
—Buenos días señor Cantori, ¿Gusta algo de beber? El señor Russell y la señora Cantori lo esperan en el despacho.— saludó el mayordomo de manera propia.
—Buenos días, te agradezco, manda un café y vaso de agua con hielos.— pedí aún con un ligero dolor que hacía que la cabeza me punzara.
Caminé tranquilamente hasta el despacho, tomé la perilla y sin tocar me adentré a la ya conocida oficina de mi viejo amigo.
Margaret estaba sentada frente a Russell, dándome la espalda. Al instante ambos voltearon e verme, Margaret se veía visiblemente demacrada, sus ojos hinchados y rojizos delataban lo mucho que había estado llorando. ¿Lloraba por mi ausencia o por la maldita culpa que la consumía por dentro? Las ojeras bajo sus ojos reflejaban lo poco que había dormido a diferencia de mí, que había dormido tan plácidamente en una cama ajena a la nuestra.
Apenas dentro mi esposa se paró de un salto de su silla y prácticamente corrió hacía mí.
—Buenos días Margaret.— saludé asintiendo con la cabeza.—Buenos días, Russell.
Hablé sereno, tratando de no causar más problemas, pero tampoco quería sonar como un esposo sínico que fingía que no había hecho nada.
—¿Buenos días?— gritó ofendida Margaret en mi rostro.—¿Estás consiente de lo que me hiciste pasar? Y es lo primero que dices, buenos días?— las lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas dramáticamente.
En otro momento me sentiría culpable por mis actos, ahora mismo la hipocresía de sus palabras me causaban asco. No tenía derecho alguno a reclamarme algo.
—Marg..— ella me interrumpió rápidamente.
—¡Margaret nada! Espero estés contento con lo que me has hecho pasar.— gritó dolida, limpiandose las lágrimas.— ¿Tú sabes la angustia que pasé al no saber nada de ti?
Por más que me esforzara no podía empatizar con sus sentimientos, no quería unirme a la discusión y reclamarle la sarta de estupideces que había hecho la noche anterior.
Cada reclamo suyo solo era una punzada directa a mi cabeza. Lo que menos quería era lidiar con esto, pero estaba dando la cara como todo un hombre, tenía que afrontar a mi esposa.
Futura ex esposa, así estaba sentenciado y no habría vuelta atrás.
—No puedo creer lo malo que eres Alessandro, ¿Qué te sucede? Jamás me habías hecho algo así.
Negué con la cabeza y me rebatí a verla a los ojos.
Sus palabras eran el colmo, ella quería quedar como la pobre e inocente esposa que tenía un esposo con problemas de alcohol y no llegaba a casa, no le permitiría seguir con esta maldita farsa.
La miré furioso y me acerqué peligrosamente a su rostro.
—¿Y tú eres jodidamente consiente de lo que hiciste ayer, la magnitud de tus acciones? Porqué creo que no.— vociferé alzando la voz.
El enojo había regresado con mayor fuerza haciendo que sintiera como mi corazón se aceleraba por la adrenalina que me recorría al recordar a la persona en la que más confiaba emborrachándome y traicionándome fríamente para conseguir lo que quería.
La parte consiente de mí se negaba a caer en su estúpido juego pero las palabras salían sin medida liberándome.
—¡Por dios, Alessandro! No compares nuestra pequeña pelea con desaparecer una maldita noche.— gritó también, enfrentándome.
—¡La que condenó nuestro matrimonio con sus estúpidos caprichos, fuiste tú!— hablé frío, viéndola directamente a los ojos.—Por un momento sal de tu maldita burbuja y date cuenta de la realidad, por si no te quedó claro, esto se terminó… Jamás creí que fueras capaz de hacer algo como lo de ayer, te desconozco Margaret, y no sabes lo mucho que desprecio en lo que te estás convirtiendo.— mis hirientes palabras salían sin medida alguna, mi enojo había tomado el lugar de mi raciocinio, haciéndome decir cosas que pensaba pero no quería decir, al menos no enfrente de Russell.
Esto era ridículo.
Los ojos de Margaret estaban bien abiertos mientras las lágrimas seguían bajando, me shockeada por la dureza de mis palabras. La habitación quedó en completo silencio y por una milésima de segundo me invadieron las ganas de consolarla pero al instante aquél deseo se esfumó.
Ella aún me miraba sorprendida, sin saber que decir, podía ver lo dolida que estaba y sin duda ambos compartíamos este sentimiento.
—No deseo ser parte de sus problemas maritales.— se quejó mi amigo, quien estaba presenciando la incómoda pelea.—Tampoco estoy del lado de ninguno.— expresó tan diplomático como siempre, llamando la atención de ambos.— Pero, Alessandro… Yo también me preocupé demasiado y créeme que entiendo mejor que nadie entiendo cuándo un hombre necesita apartarse, pero desaparecer sin pensar en lo que tu ausencia causará en los que te rodean no es correcto.
Podía notar la preocupación en sus palabras y en su ceño fruncido, tenía que hacer lo necesario por aligerar el ambiente, no quería seguirle causando más disgustos al viejo.
—Lo sé y asumo mi error. Les ofrezco una disculpa sincera a ambos.— contesté apretando la mandíbula, tratando de contener mi desagrado.
Lo disculpa para mí esposa no era sincera, pero tampoco me pondría a gritarle en la cara el motivo de nuestra separación frente a Russell.
—¿Y crees que esto es así de sencillo?— río amargamente la mujer a mi lado, mientras negaba con la cabeza.—Solo te disculpas y finges que nada más pasó.
Rodé los ojos por su nivel de descaro, parecía haber olvidado la causa por la que me fui de casa y se estaba exentando de culpas, no seguiría la discusión aquí, no quería seguir exponiéndonos ante Russell ni ante nadie.
—Lamento decirte que en realidad no puedo hacer nada más que disculparme.— condene, apretando mis sienes debido al dolor.— No sé que más esperas de mi parte, pero no puedo hacer nada más, hice lo que hice y punto. No hay retornos.
¿Dónde carajos estaba mi café cuando lo necesitaba? Solté un gran suspiro pensando en cuántos minutos podría tardarse alguien en preparar un maldito café.
Margaret rodó los ojos, frustrada por mi actitud. Quería pelear pero al menos de mi parte ya no tendría respuesta.
—Las cosas no son así, no duermes en casa y…
Margaret Interrumpió su propia oración y abrió su boca sorprendida, como si hubiera hecho un descubrimiento importante, enmarcó los ojos en mi dirección con una mirada inculpadora.
—¿Dónde carajo pasaste la noche, Alessandro Cantori?— gritó furiosa en mi dirección.
Mierda, no había pensado en alguna excusa buena para mí esposa, mordí mi labio y guardé silencio un par de segundos.
¡Carajo, carajo, carajo!
—¡Ni se te ocurra querer verme la cara, maldición!— eliminó los pocos centímetros que nos separaban y comenzó a oler mi cuello de manera psicótica.—¡Estás bañado y esta ropa apesta a otra mujer!
Esto estaba pasando a otro extremo de locura que me incomodaba bastante.
—Pasé la noche con una amiga.— contesté tranquilo.
No era mentira, más bien una verdad a medias que así se quedaría, no pensaba ofrecerle más explicación que esa, claramente no entraría en detalles, pero había sido un grave error… Esto solo le traería más preguntas.
—¿Con que amiga?— preguntó extrañada.—¿Desde cuándo se supone que tienes amigas?— interrogó revisándome la ropa, buscando sabrá Dios qué.
Si no fuera porqué estábamos en territorio ajeno, la hubiera mandado al carajo desde hace un rato.
—Más que una amiga, es una conocida.— hablé estoico para no levantar más sospechas de las que ya había.
—¿Lía?— preguntó Russell consternado.
Enseguida voltee mirándolo mal y apretó los ojos con fuerza, dándose cuenta del error que había cometido.
Gracias, Russell.
Para esto estaban los amigos.
—¿Y quién carajos es Lía? Todos parecen tener el honor de conocerla, menos yo.
No te preocupes cielo, Lía es una mujer que se dedica a ser dama de compañía, Russell la contrató para fingir ser su sobrina-nieta, desde que yo la vi ansío con follarla, y por azares del destino terminé en su casa borracho claramente la besé y no recuerdo una mierda que sucedió.
¿Qué se supone que tenía que decirle?
Miré a Russell esperando que respondiera, él dio nombres, él tenía que sacarme de este embrollo.
—Es una amiga mía, una mujer que conocimos en una fundación.— mintió rápidamente.
Lo miré sorprendido, ¿Desde cuándo este viejo mentía? Russell no quería echarme de cabeza y se lo agradecía.
Margaret no tendría forma de saber que era la chica de la fiesta, estaba ajena al rostro de Lía.
Margaret guardó silencio, analizando toda la situación , pero la conocía perfectamente y podía ver en su expresión que definitivamente no estaba convencida. Ella confiaba en Russell.
—De todos modos, ¿Qué demonios hacías en su casa?— reclamó de nueva cuenta.
—Era eso o seguir conduciendo borracho…— negué con la cabeza y me acerque a la puerta.— ¿Sabes qué? Es hora de ir a casa, seguiremos discutiendo esto en privado. No es correcto que sigamos molestando a Russell.
Antes de que Margaret pudiera siquiera protestar fuimos interrumpidos por el mayordomo entrando al despacho.
¡Por fin mi café!
—Señor Russell disculpen la interrupción pero tiene visitas, la señorita Lía Nessen lo busca.
Puta
Vida
De mierda.
¿Por qué jodidos se aparecía por aquí, qué demonios buscaba? Solo había llegado a complicar todo. Maldita Lía.
—Déjala pasar, de todos modos ellos ya se iban.— ordenó Russell prácticamente corriéndonos.
El mayordomo asintió y sin más salió, para dejar pasar a Lía.
No había escapatoria, así saliéramos en este instante no la toparíamos en el pasillo.
—Tal vez nos quedemos un par de minutos a saludar, digo aprovecho para conocer a tu amiga ¿No?— sentenció Maggy, haciéndome tragar saliva.
Hoy definitivamente no era mi día.
Todos mirábamos en dirección a la puerta, expectantes por la llegada de la joven; pasaron un par de segundos que me parecieron eternos hasta que la puerta fue finalmente abierta.
—¡Buenos…— lía interrumpió su alegre oración y miró asustada la escena. Me miró unos instantes y después a mi esposa.—Días.— completó su oración sin entusiasmo alguno.
Podía ver las cosas desde su perspectiva y esto parecía un juicio donde saldría como culpable.
—Buenos días, querida.— saludó el viejo de manera natural, con una sonrisa sincera en sus labios. En realidad le alegraba verla.
—Lamento interrumpir, creí que estaría solo.— habló Lía soltando un largo suspiro mientras nos daba una mirada rápida.
Lucía naturalmente hermosa, tenía puesta una falda de mezclilla corta y pegada remarcando sus caderas, en la parte de arriba llevaba puesto un top corto blanco de manga larga, el escote en v resaltaba sus pechos haciéndome ahogar un suspiro.
Me daba miedo seguir observándola y delatar ante los demás el profundo deseo que sentía por ella, el cual era correspondido. Pero no podía apartar mis ojos de ella, ropa que en otras personas podría considerar vulgar, en ella eran tan sensuales y me mantenía expectante a su próximo movimiento.
Podía sentir la mirada aniquiladora de Margaret sobre mí, y aún así me mantenía embelesado a la chica frente a mí. Era tan pequeña en estatura y edad, aún así absorbía toda la atención de la habitación dejándonos atónitos a todos.
Tardé un par de segundos más en salir de mi transe y por fin mirar a otro punto de la habitación. Aclaré mi garganta y acomodé mi saco.
—Que tal.— saludó cortante en nuestra dirección.
El ambiente era sumamente tenso y silencioso, solo era un intercambio sin cesar de miradas incómodas, esperando que alguien rompiera el silencio.
—Ustedes ya se iban ¿No?— preguntó Russell en nuestra dirección, echándonos de nueva cuenta.
—Antes quiero conocer a la nueva amiga de mi esposo.— habló Margaret tomándome posesivamente de la mano.— Y con quien, pasó la noche.
Lía abrió los ojos de par en par y mordió su regordete labio rojizo denotando su nerviosismo, podía notar el nerviosismo en su semblante dejando atrás su fachada de mujer segura, provocando ternura en mí.
Sacudió la cabeza ligeramente y su semblante cambio nuevamente, escondiendo muy bien sus emociones.
—Lía Nessen, mucho gusto.— dijo sonriente, extendiendo su mano a mi mujer pero ella solo la miró despectivamente.
La miró de arriba abajo sin discreción alguna, se comportaba como una mocosa haciéndome sentir avergonzado por su actitud.
Lía recogió su mano y soltó una risita burlona, denotando que no le importaba lo que sucedía. Podía notar lo amenazada que se sentía Margaret ante la presencia de esta mujer más joven y guapa que ella, por esa misma razón trataba de llevar el control de la situación, pero Lía mantenía la calma como todo una dama.
—De verdad si interrumpí algo puedo irme y regresar después.— habló risueña jugueteando con su cabello.
—No, nosotros ya nos iremos.— intervení rápidamente antes de que mi esposa lo hiciera.— Señorita Nessen, un placer verle y le agradezco lo de anoche.— dije formal extendiéndole la mano a forma de despedida.
Ella extendió su mano y sorprendiéndome me jaló envolviendo mi cuerpo en sus pequeños y delicados brazos. Reconfortandome un par de segundos.
—Mucha suerte.— susurró coqueta en mi oído haciéndome sonreír.
—Adios, Lía…— susurré, dejando un beso fugaz en su mejilla.
ESTÁS LEYENDO
Dulce pecado...
RomanceLo prohibido, aquello que no podemos poseer y nos supone algo de adrenalina en la sangre a veces es aquello que más deseamos. Solo recuerda, querido Alessandro, que entre más alto nos hagan subir, más estrepitosa será nuestra caída.