El suave rumor del mar llegando desde la entrada a su cueva, fue como un melifluo susurro que despertó a [Tn].
Sintiéndose un poco desorientada, arrugó el gesto a la vez que jadeaba por la incomodidad. Se tocó la cabeza en tanto se removía, dolorida, y se sentó con un poco de dificultad.
Miró a su alrededor notando que se encontraba justo donde antes se había metido en busca de refugio. Habría dado cualquier cosa porque todo se hubiese tratado de una pesadilla, pero no era así, y por lo que veía, o era mejor decir, por lo que casi no veía, la tarde había caído y la noche estaba a punto de confinarla en ese sitio.
El exagerado borborigmo en su estómago le recordó que no había comido nada desde que saltó del barco. ¿Cuántas horas habían pasado ya? No sabía, no obstante; se dijo que no podía permanecer en ese lugar, y que era menester conseguir algo que comer. Pero... ¿dónde?
No tenía opción; tendría que intentar camuflarse en la oscuridad y tal vez recurrir al hurto. Solo esperaba que se presentara la oportunidad de robar comida.
Salió de la cueva con dificultad, y se apoyó de espaldas contra la roca sintiéndose aún mas mareada que antes. Caminó casi tambaleante durante lo que se le antojó una eternidad, antes de ver las luces de los primeros establecimientos de un pintoresco y concurrido bulevar.
Parpadeó separando los labios, casi maravillada por la similitud que percibía entre ese lugar y su hogar.
Con el corazón a toda marcha, se ocultó entre unos arbustos detrás de una alargada banca de concreto. Una pareja se sentó ahí, y pese a no poder creer lo que observaba a contraluz, parecía que se trataba de una especie de juguete viviente y una mujer... ¿besándose?
«Debo haberme golpeado muy fuerte la cabeza», pensó.
Gateó entre los arbustos que le rasguñaban los hombros y las mejillas, y que se enredaban en su vestido ya hecho harapos.
Estaba tan hambrienta, que se sentía desesperada.
Se sintió tentada a buscar algo que comer, aunque fuese una cosa sacada de un basurero; pero cuando de su escondite salió, lo primero que notó, fue que era tanto lo que había recorrido, que la noche se había adentrado y ella no sabía donde se encontraba.
Ya era tarde, quizá las diez; cuando de pronto olfateó un agradable aroma a comida. Lo que fuese, debía estar demasiado cerca. Con gran sigilo y su estómago gruñendo, caminó siendo guiada por su nariz. Se desplazaba de esquina a esquina tratando de no ser vista, aunque realmente no había gente en los alrededores —ni una sola alma— y eso era extraño.
Llegó a la fuente de aquel delicioso aroma y se quedó frente al aparador de cristal del elegante restaurante, que raramente parecía el único establecimiento que servía tarde. Pero sin dinero para comprar y sin la esperanza de poder entrar debido a sus harapos y lo sucia que lucía... No, no tendría oportunidad alguna.