En Auschwitz todos los altos mandos del campo conocían que, a pesar de todo, Mengele tenía sus favoritos que decía llamar las joyas de su zoológico. Sí, zoológico. Eran sus mascotas a las que podía manejar y jugar a su antojo. Algún gesto o particularidad era la diferencia entre tener una cama cómoda o ser arrojado sin más a las cámaras de gas.
Uno de ellos era la familia Ovitz, todos de enanismo. Sobrevivían a punta de shows y espectáculos que le hacían a Mengele*. Se sentía como un rey medieval que veía a sus bufones entretenerlo mientras arrojaba los niños a los leones sólamente para escucharlos gritar por sus vidas.
Seguían los gemelos. Eran una maravilla genética de la cual pocos tenían el privilegio de poseer. Una copia idéntica del otro era lo que ese hombre anhelaba ya que era más fácil comparar los distintos cambios biológicos y fisiológicos cuando tenías a un reemplazo.
Pero si alguien estaba en la cima de la corona, era el rey de la selva. Alec era la persona por la cual Josef velaba, el único al que su "amigo" no lastimaba, sin contar con el "incidente de la transfusión". Mengele creía que era el único incidente que había tenido, pero no contó con todo el daño psicológico que Alec recibió gracias a él: los niños, experimentaciones, eutanasia, escapes... Gabriel.
A pesar de todo eso, la vida de Alec no estaba realmente en las manos de Mengele, sino de las órdenes de Hitler y Himmler. Si había alguien que tuviera alguna oportunidad de salir del campo y al mismo tiempo morir en el campo, era él.
Además de ellos, Mengele no tenía ningún interés o respeto a la vida sobre los otros prisioneros del campo. Si por él fuera, exterminaría a todos sin dudar, pues lo único que le importaba era él mismo.
Mengele dedicaba gran parte de su tarde y noche a pasar en limpio los apuntes que realizaba durante el día. Su pulcritud militar y clínica le impedía siquiera mantener una sola cosa desordenada. Después de haber pasado todas sus anotaciones, llamó a Alec para que entregara sus apuntes. Mientras esperaba a que Alec regresara, caminó hacia la ventana de su oficina para contemplar la vista del campo. Al sentir una presencia en el lugar se volteó a atenderla.
Contrario a lo que él creía, no era Alec, sino un hombre bastante demacrado y calvo. En el rostro del hombre se reflejaba rabia. Era el padre de uno de los niños con los que experimentaba. Lo reconocía perfectamente, pues habían tratado en múltiples ocasiones. No lo veía como un humano, posiblemente como un objeto que le llamaba la atención, pero nada más. No le importaba siquiera preguntarse si tenía un nombre. Aun así, sonrió para saludarlo:
—No esperaba su visita, 15043, ¿Qué es lo que desea?
Esa sonrisa fue borrada al ver cómo el prisionero sacaba de su bolsillo un pedazo bastante afilado de vidrio, acercándose peligrosamente hacia él. Mengele maldijo por lo bajo no tener su arma a la mano, pues había establecido para él mismo una regla de nada de armas en el consultorio. Nunca lo había considerado, hasta ahora. La ira y la cólera se habían apoderado del pobre prisionero que sólo buscaba justicia o venganza.
El hombre, con voz rasposa a causa de la falta de líquido en su garganta, y en tono bajo producto de su agotamiento físico, habló:
—Maldito demonio, todos aquí lo llaman Todesengel*, pero incluso el diablo tendría miedo de usted por todo lo que ha hecho en este lugar. —Con la respiración cada vez más agitada, el prisionero se acercaba a Mengele, intentando hacer que el vidrio alcanzara el cuello del doctor—. Tal vez su muerte no cambie en nada el destino de mi familia o de este asqueroso lugar, sé que vendrán diez detrás de usted, pero por lo menos habré cobrado mi venganza.
Con rabia y miedo, Mengele intentó objetar:
—Justamente lo estás diciendo, matarme no te servirá de nada. ¡Deberías estar agradecido conmigo! ¡Tus hijos tienen comida y cuidado! ¡Sin mí ellos habrían muerto hace mucho tiempo! ¡Yo los he salvado!
—¿Agradecerte de qué? ¿comida? ¡¿cuidados?! ¿a costa de qué? ¡CEGASTE A MIS DOS HIJOS POR SUPUESTAMENTE CURAR SUS HETEROCROMÍAS! ¡NO TE IMPORTÓ SUS GRITOS MIENTRAS LE INYECTASTE COLORANTE A SUS OJOS SIN ANESTESIA!* Se acabó, doctor, vas a pagar por ello AQUÍ Y AHO...
Un fuerte golpe resonó por toda la habitación, y Mengele, sorprendido, vio cómo el cuerpo de Mijaíl caía al piso, su sangre brotaba del cráneo. Al alzar la vista, quedó aún más sorprendido al ver a la persona que lo había salvado.
—Alec...
El rubio se aferraba a un palo de hierro, el mismo con el que había golpeado al prisionero, mientras el resto de su cuerpo temblaba, y tenía un rostro indescriptible. Era una combinación de rabia, miedo, culpa, y preocupación. Al ver el cuerpo de Mijaíl en el piso, se aferró al palo mirando con terror cómo había acabado con ese hombre.
—¿Qué he hecho? —susurraba para sí mismo— ¿por qué lo hice? Dios, ¿qué he hecho? ¿por qué lo hice?
Mengele estaba en el mismo sitio, totalmente quieto y haciéndose la misma pregunta ¿por qué Alec lo había salvado? Creyó que tal vez Alec había entrado en un periodo de quiebre mental por todo lo que había vivido en el campo, y decidió proteger a la única persona que lo conocía antes de entrar al lugar. Ya sea cual fuera el motivo, no podía desaprovecharlo, por lo cual, con pasos lentos, se acercó a Alec.
—Gracias, Alec. Te debo mi vida.
Alec, al verlo acercarse, su cuerpo reaccionó ante la amenaza y lo golpeó en la espalda con el palo. No había sido igual de fuerte que la vez pasada, pero si lo suficiente para hacerlo tirar al piso y hacer que Mengele gritara de dolor. El rubio lo miraba intentando levantarse y no sabía qué hacer. Alzó el palo con la intención de golpearlo esta vez en la cabeza, pero Mengele gritó:
—¡Alec! ¡Vuelve a tus cabales! ¡Soy yo, Josef!
Alec bajó la mirada chocando con los ojos verdes del médico. Por un momento reflejó a ese amigo que conoció en Múnich y que eran inseparables, ¿había alguna posibilidad de que ese Josef que tanto extrañaba volviera? Su mente estaba nublado. Por una parte le decía que lo golpeara, que le estallara el cráneo por completo, pero el instinto de supervivencia decía que se detuviera, que, a pesar de todo el daño que le había hecho, Josef era lo único que tenía en Auschwitz.
—¿J...Josef? —preguntó con suavidad, en un susurro casi imperceptible.
—Sí, Alec, soy yo, Josef —Aún con dolor, Josef se levantó del suelo y se acercó a Alec. Al ver que tenía la guardia baja, agarró sus manos para bajarlas, para posteriormente agarrar el bastón y quitárselo de las manos, y tirarlo a un lado del consultorio. Alec respiraba con dificultad, pero parecía estar retomando el control de sus propias emociones y lo miró.
—¿Por... por qué hice esto... aun sabiendo que lo merecías?
Mengele abrazó a Alec acariciando sus cabellos, sentía cómo el rubio se relajaba en medio de ellos, provocando una sonrisa cínica en él. Siempre y cuando pudiera manipularlo y tener su afecto, no habría nada que preocuparse de él.
—Porque me proteges de la misma que yo haría por ti, mi León.
Primer capítulo con la sección favorita de muchos: mini datos históricos
*En de la A a la Z hablo un poco sobre la familia Ovitz, fueron 7 personas de una misma familia que hacían shows, pero lo que más destacaba era su enanismo. Todos sobrevivieron a Auschwitz ya que era uno de los entretenimientos favoritos de Mengele
*Todesengel = ángel de la muerte (alemán) Era el apodo dado a Mengele
*Uno de los experimentos más comunes era el de intentar cambiar los ojos de color inyectando colorantes en los iris. En los casos en que la persona se salvaba, quedaba ciega. Hay un testimonio parcialmente verídico de un sobreviviente que afirmaba que Mengele tenía una colección de ojos pegados en la pared.
Un capítulo corto, pero crudo. Nos despedimos de este par por ahora, pero les prometo mucho drama cuando los volvamos a leer.
Nos vemos en el próximo capítulo
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Las Flores Malditas del Reich
Исторические романыEs 1943, la segunda guerra mundial está en su punto más crítico. La sangre, pólvora y cenizas pintan el mundo con su horror. Sieglinde Hitler, única hija de Adolf Hitler es atormentada con los demonios de su pasado. Ludwig Hitler, hermano por adopci...