Capítulo 07: murmullos y revelaciones

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La luz del amanecer se filtra por las ventanas de mi pequeña casa, despertándome suavemente. Me estiro y dejo que mis ojos se adapten a la claridad del nuevo día. La calma de la mañana es interrumpida por un retortijón en mi estómago y creo recordar que no tengo suficiente comida para el día. Suspiro y me levanto de la cama, sabiendo que tendré que ir al mercado.

Me visto con cuidado, colocando mi sencillo vestido de algodón de un color azul fuerte y atando mi cabello en un moño flojo. Mientras reviso mi despensa, confirmo mis sospechas: apenas hay pan, y el poco queso que queda está casi enmohecido. Decido que debo comprar más provisiones. Tomo una pequeña bolsa de tela, donde guardo algunas monedas que tengo y salgo de mi casa.

El aire fresco de la mañana ayuda a calmarme mientras camino por las calles empedradas del pueblo, saludando a algunos vecinos. Algunos devuelven el saludo con un asentimiento rápido y bajan la mirada, pero hay otros cuya expresión se torna cautelosa. Siento sus miradas, las mismas que parecían amigables días atrás, ahora cargadas de una desconfianza latente.

Respiro hondo y continuo, intentando apartar de mi mente la inquietud que comienza a formarse.

Al llegar a la plaza central, el bullicio habitual del mercado me envuelve. Gente comprando y vendiendo me recibe. La mezcla de olores es casi abrumadora: pan recién horneado, frutas maduras, especias exóticas, puestos de frutas y verduras, carnes y panes, todos ofrecen sus productos a voces.

Aunque el mercado suele traerme paz, hoy, las miradas de algunos aldeanos me siguen de reojo, y siento que la seguridad de los puestos y las voces conocidas se transforma en algo inquietante.

Respiro hondo, recordándome que solo necesito comprar lo necesario y regresar.

Trato de pasar desapercibida, acercándome al puesto de la señora Sarah, quien siempre ha sido amable conmigo. Le sonrío, intentando calmar mi propia inquietud.

—¡Buenos días, señora Sarah! —la saludo, esforzándome en sonar despreocupada.

Sarah se detiene un momento antes de responderme, su sonrisa menos cálida de lo habitual.

—Buenos días, Aurora. —Hay un tono vacilante en su voz, pero ella intenta disimularlo. —¿Qué necesitas hoy?

—Un poco de pan, queso y algunas manzanas, por favor.

Mientras ella selecciona las frutas para mí, noto miradas de reojo y veo cómo algunas personas, que habían estado comprando, se retiran discretamente. La tensión crece en el ambiente, y los murmullos, aunque bajos, parecen adquirir un tono más persistente.

Algunos aldeanos, quienes reconocen el incidente en la iglesia, comienzan a hacer discretos gestos de protección: una mujer murmura un rezo al pasar cerca, otra se santigua rápidamente. No dicen nada en voz alta, pero el rechazo es claro.

Cuando la señora Sarah termina de empacar, uno de los hombres mayores del mercado, que ha estado observando desde el otro lado, se acerca. Clava su mirada primero en ella y luego en mí, su semblante cargado de desdén.

—¿Así que no tienes miedo de... venderle? —Su tono queda en el aire, pero todos entienden la insinuación.

Ella duda, pero al final me da la bolsa de productos, sin decir nada más.

Noto cómo algunos aldeanos, aunque ocupados, no apartan la vista de mí, como si esperaran que haga algo extraño. Incluso aquellos que fingen no haberme visto mantienen el rabillo del ojo en mi dirección, susurrando entre sí.

Cada pequeño gesto a mi alrededor se vuelve imposible de ignorar.

Con la bolsa de compras en mano, me dirijo hacia otro puesto de verduras, el cual el vendedor me ignora deliberadamente, atendiendo a otras personas y manteniendo su espalda hacia mí.

La virtud de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora