¿Alguna vez viste la lluvia contra la ventana? Las gotas cayendo en el vidrio tornado de gris, descendiendo por él lentamente, llenando todo de la tristeza y la depresión que carga un día nublado.
La lluvia es un llanto del cielo, todo oscuro, todo frío. Adentro de ella llovía. No era una llovizna ligera, esas típicas de otoño. No era un huracán: caótico, destructivo. Si, ella estaba destruida, tal como un pueblo después de un tornado, pero su lluvia no era destructiva. Llovía, dentro de ella, llovía lentamente, con el cielo nublado, llovía sin cesar, mucho, y con gotas grandes. Su lluvia era de esas típicas lluvias deprimentes de pleno invernó, cuando uno se queda en su cama, con películas, un libro y sopa, arropado hasta el cuello. Ella miraba a su alrededor y mientras adentro suyo no paraba de y se sentía como una roca hundiendose en el salado mar, todos se veían ligeros como el viento, o una pluma, brillantes e impasibles como el sol: despreocupados de la vida.
El día estaba lindo, el día estaba hermoso: sol en el cielo, pájaros en los árboles y una brisa suave que bailaba con las flores. Sin embargo, a sus ojos, todo era distinto, era como si afuera también llovía. En su mente y a su mirar, el cielo lloraba. Y en su alma llovía. Alguien la saludo, alguien le habló, y ella sonrió, como si también se sintiera una brisa ligera. Después de todo, eso era lo que había aprendido del cielo, en el que brillaba el sol, detrás del cual se escondían las nubes. La sonrisa era su sol, que escondía su verdad: una nube grande y pesada. Pensó que si alguien levantara la mirada y viera directo a sus ojos descubriría la tormenta que caía en su interior. Pero no paso, porque la gente se encandila con el sol, y nadie espera la lluvia.