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En el pequeño y tranquilo pueblo de San Jerónimo, las vidas de un grupo de jóvenes se entrelazaban en una compleja red de emociones, amor y conflicto. Spreen, un joven de 22 años con una personalidad enigmática y a menudo inquietante, había iniciado una relación con Roier, un chico de 18 años, alegre y amable. Desde el principio, la relación mostró señales de peligro. Spreen era extremadamente posesivo y celoso, características que no tardaron en manifestarse de manera destructiva.

Roier tenía un grupo de amigos en la universidad que lo querían mucho y estaban preocupados por él. Mariana, de 20 años, era una joven fuerte y decidida, siempre dispuesta a proteger a los suyos. Aldo, de 19 años, tenía un sentido del humor contagioso que a menudo aliviaba las tensiones. Rivers, de 18, y Quackity, de 19, completaban el círculo cercano, proporcionando apoyo y compañía constante.

Por otro lado, Spreen tenía a sus amigos de la infancia, Carre y Robleis. Carre, de 21 años, era sensible y empático, siempre intentando que Spreen reconsiderara sus acciones. Robleis, de 22 años y pareja de Carre, compartía la misma preocupación y trataba de mantener un equilibrio entre la amistad y la moral.

Un día, Roier decidió salir con sus amigos de la universidad. Fueron a un café cercano y se divirtieron hablando y riendo. Spreen, sin embargo, no soportaba la idea de que Roier pasara tiempo con otras personas. Lo llamó varias veces, y cada llamada no respondida aumentaba su ira.

Esa noche, cuando Roier volvió a casa, Spreen estaba esperando en la sala, con el ceño fruncido y los puños apretados.

—¿Dónde estabas? —preguntó Spreen con voz tensa.

Roier, cansado pero aún manteniendo su buen ánimo, respondió—. Estaba con mis amigos. Necesitaba un poco de tiempo para relajarme.

Spreen dio un paso hacia adelante, su mirada penetrante—. ¿Y por qué no me contestaste el teléfono?

Roier trató de mantener la calma—. Estaba ocupado, Spreen. Solo salí a tomar un café.

Spreen no lo soportó más y, en un acceso de ira, empujó a Roier contra la pared—. ¡No me mientas! Seguro estabas con alguien más. ¡Admítelo!

Roier, con el dolor surgiendo en su pecho, susurró—. No hay nadie más, Spreen. Solo tú. Pero esto no puede seguir así.

Los días pasaron y la relación entre Spreen y Roier se volvió más tensa. Spreen controlaba cada movimiento de Roier, revisando sus mensajes y preguntándole constantemente sobre sus actividades. Una noche, después de que Roier llegara tarde de una reunión del club universitario, la situación explotó.

—¿Otra vez con tus amigos? —gruñó Spreen mientras Roier entraba por la puerta.

—Sí, Spreen, ya te lo dije. Fue una reunión del club —respondió Roier, tratando de mantenerse sereno.

Spreen avanzó hacia él, con los ojos llenos de ira—. No me mientas. Sé que hay algo más. ¿Quién es? ¿Mariana? ¿Aldo? ¿Con quién me estás engañando?

Roier, sintiendo la tensión en el aire, intentó calmarlo—. No hay nadie, Spreen. Solo fui a la reunión. Tienes que confiar en mí.

Spreen no quiso escuchar y lo agarró del brazo, sacudiéndolo violentamente—. ¡No te creo! ¡Eres un mentiroso!

Roier, con lágrimas en los ojos, suplicó—. Spreen, por favor. No quiero seguir así. Necesitamos ayuda.

Spreen lo soltó bruscamente, pero su mirada de furia permaneció—. Si te veo con alguien más, no responderé por mis actos.

Al día siguiente, Roier apareció en la universidad con moretones visibles. Mariana, al verlo, se acercó de inmediato.

—¿Qué te pasó, Roier? —preguntó con una mezcla de preocupación y enojo.

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⏰ Última actualización: Jun 09, 2024 ⏰

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