A la mañana siguiente, los esposos compartieron un desayuno en la cocina, rodeados del aroma del café recién hecho y el sonido del pan tostado. El ambiente era relajado, con una conversación ligera sobre los planes del día y las tareas que cada uno debía enfrentar. Aunque las palabras eran amables y los gestos cariñosos, Abbie no podía evitar sentir una creciente sensación de desconexión. La rutina diaria había comenzado a parecer más una serie de formalidades que una verdadera interacción íntima.
Al caer la noche, Abbie, sintiendo una mezcla de ansiedad y esperanza, le expresó a Sebastián su profundo deseo de pasar tiempo juntos. Sus palabras estaban cargadas de una expectativa sincera, una necesidad de reconectar después de una semana que se había sentido más distante de lo que deseaba. Sebastián, con una sonrisa que trataba de ser reconfortante, le aseguró que también anhelaba estar con ella y que haría un esfuerzo para que eso sucediera.
Sin embargo, a medida que avanzaba la noche, Abbie observó el reloj con creciente inquietud. Sebastián llegó tarde, y su explicación sobre el retraso no hizo más que aumentar sus dudas. Alegó que se había quedado en el trabajo mucho más allá de lo previsto, enfrentando una serie de problemas imprevistos que le habían exigido más tiempo del esperado. Aunque Abbie intentó ser comprensiva, el tono de su voz y el cansancio en su mirada no lograron ocultar el desasosiego que sentía.
La noche se volvió más dolorosa cuando Sebastián, con un suspiro de agotamiento, le comunicó que estaba demasiado cansado para mantener la intimidad que ambos solían disfrutar. Su cuerpo, evidentemente exhausto, se desplomó en la cama mientras Abbie trataba de procesar la situación. La tristeza y la frustración la invadieron, y el sueño que había planeado compartir con su esposo se desvaneció en la bruma de la decepción.
Decidió no presionar más, aunque la ausencia de su toque cariñoso y el hecho de que él la rechazara de una manera que antes nunca había ocurrido, la hicieron cuestionar profundamente su relación. Aceptó la realidad de que Sebastián necesitaba dormir y se acomodó en la cama sola. Mientras se encontraba en la penumbra de la habitación, recurrió al placer por sí sola, un acto que, en lugar de proporcionar consuelo, acentuó la soledad que sentía.
Mientras su cuerpo buscaba alivio en la oscuridad de la noche, Abbie no podía evitar reflexionar sobre la relación que había sido tan vibrante y llena de intimidad en el pasado. Cada recuerdo de las noches anteriores, cuando Sebastián, incluso en sus días más agotadores, siempre encontraba el tiempo para ella, se le presentaba como un contraste doloroso con la realidad actual. La ausencia de ese esfuerzo compartido y la nueva distancia emocional le hicieron cuestionar si la conexión que una vez compartieron aún estaba viva o si se había perdido en el ritmo de la vida diaria.
Abbie se preguntaba si el cambio en Sebastián era solo una fase temporal o si indicaba un problema más profundo en su relación. La incapacidad de encontrar respuestas claras la dejaba con una sensación de inquietud y desilusión. La noche avanzaba lentamente, y mientras el sueño finalmente la envolvía, su mente seguía dando vueltas, buscando sentido en el cambio que había experimentado en su vida con Sebastián.
Los días siguientes se volvieron cada vez más pesados para Abbie. Sebastián había comenzado a llegar tarde con una frecuencia inquietante. Abbie solía esperar con ansias los momentos que podían compartir, pero cuando lograba convencerlo para estar juntos, notaba un cambio sutil pero profundo en su actitud. Su entusiasmo por el sexo, que antes era una fuente constante de conexión y satisfacción, parecía haberse desvanecido. Este cambio la llenaba de inquietud, ya que para ambos, el sexo no era solo una expresión de deseo, sino una especie de medicina o droga que fortalecía su vínculo.
Los viernes por la noche se convirtieron en el punto más doloroso de la semana para Abbie. Sebastián solía salir después del trabajo para dirigirse a un club a tres horas de distancia. Allí, se reunía con amigos de toda la vida, compartiendo copas y risas en un ambiente que, en el pasado, no le había causado mayor preocupación. Sin embargo, el reciente cambio en su comportamiento la llevaba a preguntarse si había algo más detrás de sus salidas nocturnas. La idea de que Sebastián pudiera estar con otra persona comenzó a atormentarla, despertando en ella una preocupación que no podía ignorar.
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La Amante de Mi Marido
RomanceEl deseo se apodera de ella cuando la descubre, una seductora rubia que no solo transforma su vida, sino que lo hace de una manera inquietante. Esta mujer hermosa oculta un secreto insólito, uno que despierta una obsesión peligrosa. La protagonista...