“Vas a sufrir, vas a llorar cuando te acuerdes…”
Estaba en un amplio balcón de una mansión en Mónaco. Max permanecía sentado admirando la noche pasar frente a él; estaba sosteniendo su noveno trago. ¿Qué más daba? Se sentía abrumado y el sufrimiento se lo provocaba la indiferencia de Checo después del evento de Abu Dhabi.
No había noticias de él en absoluto. Al hombre parecía habérselo tragado la tierra.
¿Realmente merecía saber algo de él… en primer lugar?
Fue después de Brasil cuando se cortó todo tipo de comunicación con él. Max sabía perfecto lo que había dicho y hecho, pero a pesar de ser consciente de ello no podía parar de lastimar a la persona que decía amar y cuidar todos los días. Ya era de él, por fin lo hizo después de tantos años de persistir detrás de la atención, del amor de Sergio. Por fin suyo.
¿Por qué tuvo que hacer eso?
En aquel momento solo atinó a obedecer la orden que emitió la radio. No tenía en realidad ninguna razón para perjudicar al mexicano, pero repentinamente en su monoplaza, sintió esa ardiente necesidad de dejar que las palabras de su padre, grabadas a fuego en el fondo de su cabeza, lo envenenaran vilmente.
“Ese idiota ha sido un estorbo en Mónaco, te debe una.”
No le debía nada. Sergio era un excelente piloto e hizo lo que cualquiera, incluso él, haría.
—Max, deja pasar a Checo— La voz ordenó a través de su audífono.
—No.— Su respuesta no se sintió propia. Fue Jos hablando por él una vez más. — Ya se los he dicho, así que no me lo vuelvan a pedir. ¿Está claro? Di mis razones y las mantengo.
No hubieron.
Nunca las hubo.
Y ahora, completamente solo en el balcón se preguntaba si acaso había valido la pena.
“¿Y para qué?” Repetía mentalmente. Tanto espacio y tan vacío, sin Checo ese lugar solo era un espacio más. Un hueco monótono, solitario y triste donde él permanecía. No era un hogar, solo un simple sitio donde habitar donde un estúpido trofeo le miraba para recordarle lo que había hecho.
Con el correr de las horas el cielo cambiante se abrió paso entre los pálidos matices rojizos y azules que pronto llamaron a la noche. Observó a la ciudad continuar su ritmo usual pero le causo una sensación de extrañeza. Se preguntó con un dolor que se alojo el pecho cómo es que la vida, el mundo entero, transcurriría su jornada de manera normal cuando él estaba sumido en un hueco de desesperación y tristeza.
Cómo toda alma miserable, pensó de manera egoísta en que todo mundo debería sentir por lo menos un poco de lo que sentía en este momento. Para compensar las cosas.
Mientras las horas corrieron frente a él, tras alcanzar el decimoquinto trago ya desinhibido, totalmente alcoholizado y al borde del sopor etílico, fue testigo de que al llegar la mañana, el sol de Mónaco iluminaba esplendoroso sobre el horizonte playero.
¿Cómo podría tener de nuevo al amor de su vida? ¿Tan poco le duró el cariño que tanto le había profesado al mexicano?
Checo y él apenas habían cumplido el año de noviazgo como para que todo fuera tirado directo al drenaje por culpa suya.
El neerlandés simplemente no comprendía nada, ni siquiera parecía comprenderse a él mismo. La situación era un manojo de sentimientos que se manifestaba como un lamentable manojo de sentimientos propios que no parecían tener fin y para su suerte el era quien debía dar el primer paso para resolverlo si es que quería sentir de nuevo la presencia de aquel mexicano que lo traía de rodillas.
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Paloma ajena ⸝ Chestappen
Short StoryLloró y sufrió, lástima que pensó que un campeonato enmendaria todo lo que ocurrió en Brasil.