El atardecer se apodera de los deseos,
juega con ellos escondiéndolos en sus puños cerrados.
El atardecer que siembra trampas como ideas que son como flores marchitas, y muchachas melancólicas en balcones de calles donde deseos de otros pasan de mano en mano mezclandose y ocultandose a sus verdaderos propietarios, que se olvidarán arrastrados por las estrellas de la noche distractora, noche que en todas las esquinas toca la música que suena en los corazones de los hombres que adivinan en que mano del tiempo están sus anhelos perdiendo una y otra vez en sus intentos